La alianza entre Movimiento Ciudadano y Andrés Manuel López Obrador se rompió cuando éste les exigió desaparecer para adherirse a Morena, bajo el principio que hoy se ha vuelto emblema de su gobierno: sumarse o sumirse (paráfrasis de la oración bíblica: ilumínalos o elimínalos). Más adelante, la ruptura se volvió encono, cuando el líder indiscutible optó por afirmar su reputación devastando la de sus viejos aliados. Ante el intercambio de acusaciones e insultos, el imán que alguna vez los había unido cambió de polo y los repelió.

Agraviados, los dirigentes de MC confundieron al adversario principal de la siguiente elección y, en vez de competir solos para consolidar su trayecto propio, decidieron sumarse a la coalición que encabezó el PAN. Fue un error garrafal. Como ya sabemos, esa alianza pavimentó el camino para que López Obrador se presentara como el único candidato dispuesto a enfrentar a la clase política que había mal gobernado el país y, siendo un partido de cuadros con un programa socialdemócrata, aquella alianza les salió cara: perdieron votos, perdieron fuerza y minaron su identidad.

Para esta elección decidieron ir solos. No desistieron de su oposición a la abusiva concentración del poder en la presidencia de la República, pero tampoco se rindieron a la exigencia de formar una coalición aberrante con los tres partidos derrotados en la rebelión electoral del 2018. Se propusieron ser el tercero en discordia, asumiendo los riesgos políticos que eso implica en estos comicios, marcados por la polarización orquestada desde el Estado y convalidada, en el otro extremo, por el PRI, el PAN y el PRD.

El corazón de su estrategia política está en los gobiernos locales y en el rechazo explícito a las dos maquinarias que han convertido estas elecciones en un plebiscito, ya para darle todo el poder al presidente de la República o ya para defenestrarlo. Para un partido emergente, parecía imposible meterse al ring donde los dos pesos pesados de México se están disputando la hegemonía a golpes, que insisten en confundir la democracia con la aritmética y que se obstinan en medir su éxito en función de la desaparición absoluta del otro. No obstante, en este último tramo de las campañas, MC se les ha puesto en medio y ha logrado astillar la idea fija de un régimen dispuesto a borrar la diversidad.

Nadie sensato esperaría que MC arrasara en las elecciones. Pero llama la atención que las dos maquinarias que encarnan la polarización forzada de México estén actuando al unísono para bajarlo del ring a patadas. A pesar de haber sufrido la misma artimaña en las elecciones del 2018, el PAN ahora aplaude con alegría que la Fiscalía acuse al candidato de MC que podría ganar la gubernatura de Nuevo León, mientras que sus aparatos políticos, desesperados, alegan (con otros datos) que el tercero en discordia es un aliado del presidente para restarle votos a la coalición aberrante. Y del otro lado, el gobierno y Morena se lavan las manos ante la violencia política y criminal desatada contra las y los candidatos de MC, porque saben (con datos correctos) que es el único partido que puede arrebatarle electores desde la izquierda socialdemócrata.

Faltan tres semanas para las elecciones del 6 de junio y sabemos de sobra que serán peores de lo que ya estamos viviendo. No tengo duda de que los grandes aparatos políticos sacarán todo el arsenal disponible —y el sustantivo es exacto— para imponerse a sus adversarios. Confío en que MC, pese a todo, se mantenga a bordo de la contienda. Para quienes nos negamos a la polarización del país y seguimos creyendo que en la democracia también caben las minorías, es alentador que haya al menos una posibilidad de salir a votar por convicción y no por consigna.

Investigador de la Universidad de Guadalajara.

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