Deseo sinceramente que resista al Covid-19 y confío en que los esmerados cuidados que se le brindarán durante los próximos días sean exitosos para que, en plazo breve, Andrés Manuel López Obrador vuelva a ejercer sus funciones sin ninguna secuela. No dudo que el profundo sentido de solidaridad de las y los mexicanos —adversarios o aliados— le acompañarán con franqueza en la batalla que librará contra el virus y a lo largo de su convalecencia. Nadie en su sano juicio querría otro desenlace que la recuperación plena de la salud del presidente de México.
Porque albergo la más firme esperanza de que volverá pronto a la vida política, creo también que el presidente verá incrementada su fuerza en las elecciones del mes de junio. El respaldo popular que le ha acompañado desde la rebelión del 2018 crecerá más, por la compasión natural que genera esta enfermedad entre quienes la hemos sufrido, ya sea por contagio o por los estragos que ha producido en nuestro entorno familiar y social. Y al volver, el presidente no perderá un minuto para reforzar el control que ha ejercido sobre la Cámara de Diputados y para sumar nuevos gobiernos y más congresos locales.
Empero, dudo que su fragilidad temporal modifique un ápice la estrategia de guerra que lo llevó a acumular el poder que hoy ostenta. Por el contrario, el retorno a la salud le ayudará a consolidar la hegemonía de la posverdad: ese neologismo que describe al discurso político que distorsiona la realidad para exaltar emociones. Y en este sentido, el genio de la comunicación política no desperdiciará una sola palabra para ahondar su empatía con el pueblo. Mientras sus contrapartes sigan intentando aclarar el caudal inagotable de afirmaciones falsas que hace todos los días, el presidente avanzará cada vez más en el ánimo popular, porque la clave de la posverdad es que sus cimientos son ciertos. Y desde esa plataforma, las mentiras cobran veracidad.
Por otra parte, en las elecciones de junio contenderán diez partidos. Pero eso también es una verdad mentirosa. En realidad serán tres: de un lado, el partido hegemónico y sus nuevos satélites; del otro, la coalición en la que se ceba la mayor parte del discurso presidencial; y finalmente, un tercero en discordia que se opone a la concentración del poder. Sin contar a los partidos locales, en las boletas electorales habrá diez emblemas: seis de ellos son aliados del presidente: Morena, el Partido del Trabajo, el Partido Verde, el Partido Encuentro Solidario, Fuerza por México y Redes Sociales Progresistas. Estarán también las siglas del PRI, del PAN y del PRD, que se han reunido para recuperar lo que perdieron en el 2018. Y aparecerá, en fin, el emblema de Movimiento Ciudadano (MC) como la única opción que no está alineada con ninguna de esas dos coaliciones.
Los partidos del presidente tendrán el respaldo de los “Servidores de la Nación”, de los programas sociales y las vacunas —repartidas como antes se entregaban despensas y materiales de construcción— y tendrán el apoyo disciplinado de las fuerzas armadas. Y a partir de hoy, contarán además con las oraciones y la inagotable bondad del pueblo de México. Por su parte, la coalición de los tres partidos tradicionales no sólo tendrá que derrotar al aparato orquestado desde el gobierno, sino su propio pasado. Y entretanto, Movimiento Ciudadano ira solo con su programa socialdemócrata, en medio de los disparos cruzados entre los dos bandos irreconciliables de la contienda.
Me niego a escribir una sola palabra sobre la situación que viviríamos si López Obrador no lograra vencer a la enfermedad. Lo que debemos tener presente en esta hora, no es la falta absoluta del presidente sino su presencia avasalladora. A pesar de todo, prefiero mil veces ese escenario.