Una de las obras maestras de Franz Kafka (La Metamorfosis, en castellano) demuestra que las cosas más absurdas pueden seguir una secuencia lógica: Gregorio Samsa, el protagonista de la novela, amanece un día convertido en insecto y, a partir de ese hecho, todo lo que sucede es perfectamente racional. Incluso la transición del espanto a la aceptación cautelosa y luego al rechazo de su familia es tan sensato como comprensible, paso a paso, hasta la muerte del personaje cuyo cadáver horrible es tirado a la basura.

Está costando trabajo aceptar que México amaneció el 3 de junio (metafóricamente hablando) convertido en escarabajo y que, a partir de ahí, todo lo demás está siguiendo una racionalidad impecable. Las tribulaciones que leo y veo en el ambiente político obedecen a la negación de ese hecho, pues muchos se obstinan en seguir interpretando la vida de Samsa como si no hubiese pasado nada. Pero sí pasó: México dejó de ser una democracia pluralista y se convirtió en una autocracia populista avalada por la mayoría, respaldada por un aparato político muy bien aceitado y defendida con vehemencia desde el poder y desde las voces de las y los intelectuales orgánicos que aplauden esa transformación.

Una vez que Morena se hizo de la mayoría calificada y de los gobiernos y los congresos estatales suficientes para gobernar sin acuerdos, ha actuado conforme al manual: había que eliminar los contrapesos al poder otorgado en las urnas; había que eliminar a las instituciones que vigilan o controlan a la Presidencia, porque sus titulares nunca fueron electos por la mayoría; había que imponer el modelo de partido hegemónico a los estados de la Federación; había que modificar la Constitución para darle legitimidad formal al nuevo régimen político. Y sí, también, había que confirmar que el Estado mantendrá el predominio de la fuerza en todos los planos: el militar, el jurídico y el económico.

Hannah Arendt, quien entendió como nadie el origen de los regímenes autoritarios, escribió sobre eso que: “una vez que los movimientos (totalitarios en germen) han llegado al poder proceden a modificar la realidad conforme a sus afirmaciones ideológicas. El concepto de enemistad es reemplazado por el de conspiración y ello produce una mentalidad en la que la realidad (…) ya no es experimentada y comprendida en sus propios términos, sino que se asume automáticamente que significa algo más” (Los orígenes del Totalitarismo, pp. 630-631).

Lo que sigue también está en el manual y también es racional a este nuevo régimen: el control de los procesos electorales, mediante la modificación de la estructura del INE y del Tribunal Electoral, incluyendo las elecciones de los estados y los municipios; obviamente, el debilitamiento deliberado de los partidos de oposición (¿para qué los querríamos, si la mayoría ya decidió?) y de las organizaciones de la sociedad civil que pretenden fijar causas ajenas o incluso opuestas a la agenda de la cuarta transformación, sin haber acreditado un solo voto del pueblo; el control de la información pública y de los datos que pueden entregarse sin riesgo a la sociedad; y, por supuesto, la censura calculada de medios y redes, supliendo a las voces críticas por las complacientes o, en caso necesario, callándolas en definitiva.

Gregorio Samsa ya no existe. Aconsejo que dejemos de reclamar su presencia y nos pongamos a estudiar, racionalmente, este escarabajo y sus consecuencias. El proyecto democrático ha muerto y ha nacido, en su lugar, la república de los hechos consumados por la encarnación de la mayoría, investida con el abrigo del pueblo, para honrar el legado del líder y empoderar a sus seguidores, quienes han hecho suya la misión histórica de inventar otra forma de gobernar con todo el poder en sus manos.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.