Hay al menos tres puntos que pasa por alto el Señor Presidente: el primero es la diversidad. Para él, solamente hay dos colectivos posibles en México: el que le apoya incondicional y acríticamente y el que le contradice y le exige cuentas. Se equivoca. México es un país diverso, plural, poliédrico. Nadie puede ni podrá encerrarlo en una sola definición ni, mucho menos, someterlo a una voluntad única.

Su obstinada clasificación bipolar responde a sus ambiciones políticas, pero ni siquiera entre sus partidarios hay unanimidad. Donde él ve masas que escuchan, aplauden y eventualmente responden con monosílabos sus preguntas, hay en realidad seres humanos distintos, cada uno con una historia y un espíritu propio, indomable. Es verdad que se reúnen en grupos, pero tampoco éstos conforman dos bloques: los pueblos originarios son diferentes, las organizaciones sociales (que detesta y estigmatiza por desobedientes) son muy diversas en sus orígenes, en sus causas y en sus formas de actuar, las universidades se llaman así, precisamente, por la universalidad y no por la homogeneidad de sus miradores, cada región y cada familia es distinta. México es muchos Méxicos aunque a veces, excepcionalmente, puedan reunirse en una acción compartida. Pero no siempre, no a una sola voz, no sometidos, no pasando por encima de todas las diferencias.

Se equivoca el Señor Presidente cuando insiste en que solo él y nadie más que él ha combatido la corrupción, la desigualdad y las muchas violencias de México. No importa cuántas veces repita la misma fórmula ante el espejo: jamás será cierta. En cambio, el Señor Presidente ha combatido las instituciones electorales, ha sido enemigo acérrimo de la transparencia, se ha opuesto a los órganos que miden pobreza, desigualdad, discriminación y ha bloqueado a las instituciones diseñadas para develar los actos de corrupción.

La lista de ausencias calculadas y de boicots cometidos por el Señor Presidente en la lucha pacífica contra los abusos y los excesos de los gobiernos autoritarios es tan larga como las páginas escritas para erradicar esos vicios y tan profunda como su desdén por las batallas que nunca libró porque no emanaban de su persona ni le conferían el protagonismo. Añado la ingratitud: si esas luchas no se hubieran librado, jamás se habría construido el rechazo mayoritario al régimen de los juniors de la transición, que él utilizó como su vehículo para encabezar la rebelión del 2018. Es mentira que fuera su triunfo. Sin restarle ningún mérito, fue también el beneficiario de la tarea que hicimos por años decenas de miles de mexicanos.

Se equivoca, en fin, suponiendo que el poder que hoy ostenta le alcanzará para borrar la pluralidad de la historia reciente de México y rescribirla en primera persona. Pero se equivoca todavía más creyendo que el reparto selectivo de dádivas y amenazas acallarán la conciencia que poco a poco ha venido emergiendo para romper, a un tiempo, cualquier intento de vuelta al autoritarismo que rechazamos (así, en plural, la gran mayoría de los mexicanos) y la instalación de un gobierno de inspiración fascista —digamos las cosas con claridad— concentrado en una sola persona.

Gracias Señor Presidente. Gracias a su ingratitud y a su desmemoria, ahora sí ha comenzado la verdadera revolución de conciencias. No será tersa ni fácil. Pero será, otra vez, imbatible.

Investigador del CIDE

Google News

TEMAS RELACIONADOS