En este año se decidirá el destino del INE. De un lado, se resolverán los litigios incoados en contra del “Plan B” electoral y, durante los meses siguientes, iremos aquilatando las consecuencias jurídicas de esa ofensiva política; de otro, atestiguaremos la disputa que habrá para elegir a las cuatro personas que cubrirán las vacantes en el Consejo General de esa institución, incluyendo el cargo de Consejero o Consejera Presidente. Antes de que concluya el 2023 sabremos si hay condiciones suficientes para organizar las elecciones presidenciales del año siguiente.

En este año se inaugurará también una nueva etapa en el Poder Judicial, de pronóstico reservado. La salida del Ministro Zaldívar de la presidencia de la Corte fue precedida por nubarrones que amenazaban tormenta. Su militancia en las filas del presidente no sólo debilitó su autoridad como cabeza del principal contrapeso al Ejecutivo sino que hizo ruido en el proceso de selección de quien le sucedería. En vez de otorgar aplomo al Poder Judicial, la conducta del Ministro Zaldívar inyectó dudas fundadas sobre los criterios empleados en el máximo tribunal para favorecer los caprichos del presidente. Deja el cargo con dos grupos de ministros claramente identificables por razones políticas y se va, además, en medio de escándalos que dan pena ajena.

A nadie le queda claro que esa Corte, politizada por fuera y rota por dentro, sea capaz de procesar con altura de miras las acciones de inconstitucionalidad y las controversias que determinarán, en definitiva, el futuro electoral del país. Tampoco es evidente que el nuevo gobierno interior del Poder Judicial pueda (y quiera) respaldar la autonomía de las y los magistrados del Tribunal Electoral que han resistido, con pundonor, todas las presiones y los insultos del presidente y su partido mayoritario. Pero no tardaremos en enterarnos porque eso también se revelará en este año.

Mientras las paredes de las instituciones más importantes de México crujen ante la embestida presidencial, en este año los partidos afinarán su estrategia para enfrentarse en el 2024 y decidirán quiénes los representarán en esa contienda. En el partido/gobierno se destapará por fin a la corcholata que estará llamada a obedecer y a emular a su líder máximo. Yo sigo pensando (y aun apostando) que la elegida será Claudia Sheinbaum, cuya convicción ha sido equivalente a su capacidad de mimetizarse con López Obrador, hasta convertirse en la versión femenina del presidente. Muchos opinan que me equivoco, pero antes de cerrar este año sabremos quién cobrará las apuestas.

De otra parte, sigo creyendo que Movimiento Ciudadano se mantendrá firme en la decisión de competir de manera autónoma con sus candidatos y candidatas, a todos los puestos de elección popular. Creo que no se sumará a la alianza aberrante que, al comienzo de este 2023, ya sobrevive con tanques de oxígeno y terapia intensiva al virus llamado Alito y creo, incluso, que al final del año el PAN también decidirá correr solo. Si los partidos de oposición llegan a encontrarse —creo yo— no será con el PRI ni mediante una coalición de partida, sino evaluando el trayecto y con acuerdos políticos estratégicos y pragmáticos. Tampoco descarto que Ricardo Monreal aparezca en las boletas del 2024.

Pero lo más importante será desechar la violencia. Hace mucho que estoy convencido de que el presidente optó por exacerbar nuestros desencuentros y por azuzar el conflicto político. Creo, por su conducta y por la evidencia, que esa seguirá siendo su apuesta: prevalecer en medio del río revuelto, alegando que es un revolucionario. La cuestión es si efectivamente logra incendiar al país. Y eso también lo sabremos durante este año, que es exactamente el plazo que tenemos para impedirlo.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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