El próximo miércoles comenzará la Conferencia Nacional de Paz que ha sido convocada por 190 organizaciones —colectivas, fundaciones y universidades—. Durante tres días escucharemos (en el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México) testimonios y propuestas para tejer redes entre los muy diversos grupos de personas que han sobrevivido y enfrentado las múltiples violencias que se entrelazan en el país, con la esperanza de oponerles una red de comprensión, empatía y cooperación horizontal. Porque la paz es una construcción colectiva, necesitamos que haya más comunicación, más conciencia y más solidaridad.
Se encontrarán familiares de personas desaparecidas y de mujeres asesinadas por ser mujeres, padres de niñas, niños y adolescentes, migrantes, personas defensoras del territorio, ecologistas, defensores de pueblos originarios y de jornaleros agrícolas. También irán periodistas, pacientes sin medicamentos, académicos, estudiantes, personas de la comunidad LGBTQ+, trabajadoras del hogar, trabajadoras sexuales, trabajadores informales, personas en situación de calle, consumidores de drogas, repartidores de plataformas digitales, personas en reinsersión social y víctimas del crimen organizado. Varias decenas de voces que serán escuchadas por casi dos centenas de organizaciones, en busca de soluciones colectivas, fraternas y valientes, imaginadas y construidas desde abajo y desde adentro.
No es una convocatoria para dañar al gobierno mexicano ni para confrontarlo. No es de oposición ni, mucho menos, electoral. No buscamos que haya manifiestos contra nadie, ni tampoco que los partidos firmen nada. No aspiramos a que la Conferencia produzca una agenda diferente a la que ya defienden las organizaciones que la convocan. Lo que queremos es escucharnos, abrazarnos y defendernos de manera colectiva, porque el país está viviendo con violencias que se potencian mutuamente y que están minando, cada vez más, los cimientos de nuestra convivencia cotidiana.
Espero con sinceridad que nadie, de buena fe, se sienta agraviado ni agredido por esta Conferencia. Sería un contrasentido. De parte de quienes convocamos a esta colaboración no existe esa intención. Habrá diálogo y una invitación a seguir hablando, se dirá la verdad –se dirán muchas verdades— sobre el entorno de violencias entrecruzadas que estamos padeciendo y se exigirá, eso sí, que nadie lo exacerbe, ni que abuse del poder que ostenta, ni que eche más leña al fuego. Decir lo que se piensa, lo que se vive y lo que duele, no es una bravata sino un derecho.
Deseo que haya una respuesta empática de los poderes y las élites. Lo digo porque en varias ocasiones hemos intentado tender puentes, sin rendirnos ni claudicar de nuestras causas, y en todas hemos sido desoidos: así sucedió cuando exhibimos el desabasto de medicamentos, o cuando sugerimos, durante la pandemia, que hubiese un ingreso vital de emergencia para proteger a los grupos más vulnerables del país, o cuando le propusimos al presidente López Obrador que fuera él quien convocara a este encuentro. Como no hemos renunciado a la crítica –ni en este, ni en sexenios anteriores–, ni hemos comprometido nuestra libertad de pensamiento, ni nuestro derecho a la participación activa, las respuestas de los poderes públicos y de los suyos han sido invariablemente hostiles. Ojalá esta vez no suceda eso. Nosotrxs no queremos ni caeremos en provocaciones. Queremos vivir en paz.
Tengo la esperanza de que, a partir del miércoles, se escuchen y se multipliquen las voluntades favorables a la paz y la armonía en México. Que los promotores de las violencias –de todas ellas— dejen de operar en un ambiente fragmentado y roto entre quienes padecen sus abusos. Que consolidemos la cultura de la paz.