Sabemos que no rectifica sino que dobla las apuestas. Así escaló su carrera hasta la cumbre, arropado por los agravios de la mayoría. No rectifica quien está persuadido de avanzar con la razón histórica ni quien está habituado a vencer gracias a la intransigencia de sus convicciones; y mucho menos, si la rectificación no nace de su bonhomía o de su estrategia sino de la presión pública ejercida por quienes no sólo considera adversarios irreconciliables sino prescindibles. En la lógica de la transformación en curso, rectificar equivaldría a rendirse.
La cosa es someter a quienes, desobedientes y rejegos, han porfiado en la crítica a las decisiones que han de llevar al país hacia una nueva estación de su destino. Obstinados y ciegos no acaban de entender —hijos de Krauze y de Aguilar Camín— que la obediencia no se pide para un hombre sino para un proyecto de nación. Podrán tener títulos pero carecen de cultura y de vergüenza. ¿Es verdad que callaron como momias mientras los neoliberales se cebaban con la patria? Quizás dijeron algo pero no importa. Lo relevante es que ahora mismo están interpelando el curso de los acontecimientos que sucederán inexorablemente. Y peor aún: arrogantes e infatuados, se autonombran la inteligencia del país cuando la única que vale es la del pueblo.
Dicen que ha sido excesivo calificarlos como delincuencia organizada y querer encerrarlos en una cárcel de máxima seguridad. Se lo merecen: usaron el dinero del pueblo para hacerse de carreras académicas, para obtener títulos del extranjero, para ganar becas y salarios excesivos y para entregar recursos a las empresas que prometieron desarrollar tecnología e innovación a costa del erario. ¿No son delincuencia organizada? Miren cómo están actuando ahora mismo, escribiendo, suscribiendo y divulgando manifiestos y cartas de respaldo a los primeros criminales incoados por la fiscalía. Actuando así confirman la tesis de la estrategia diseñada: ya estaban siendo estigmatizados con tenacidad desde las conferencias mañaneras y ahora serán acusados de complicidad. Será inútil que aleguen que el dinero utilizado por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico fue legal. Lo que debe subrayarse es que fue inmoral. ¿Y no se ha dicho, acaso, que debe preferirse la justicia a la ley?
La acusación nació del Conacyt, pero la impronta viene de la presidencia. La comunidad sigue escribiendo cartas al fiscal, pero su destino tendría que ser el Palacio Nacional. ¿O tampoco ven o leen las mañaneras? No ha sido el nuevo colega del sistema nacional de investigadores quien ha salido a defender con más vehemencia la proporcionalidad del castigo que se pide al grupo de académicos criminalizados, sino el titular del Poder Ejecutivo. Y por si no bastara el estigma del abuso y la traición al pueblo, había que añadir el de la vulgaridad: la futilidad de los títulos universitarios, mostrando un tuit –escrito por quiensabequién, que eso da igual—, que ofende la dignidad de la familia y convierte la disputa en un asunto personal. El mensaje queda establecido: además de neoliberales y rateros, los académicos y los intelectuales son unos majaderos.
Por lo demás, en marzo habrá elecciones y es necesario ir estableciendo con toda claridad de qué lado está la mayoría. Y los académicos, aunque griten mucho y sigan resistiendo la ola de la transformación, son pocos. De modo que no habrá rectificación. Si fuera necesario habrán de fabricarse otros datos y más pruebas —como el tuit impresentable—para demostrar que quien manda debe ser obedecido porque la historia nunca se equivoca.
Y además conviene que se entienda: puede culparse a cualquiera, de cualquier cosa y en cualquier momento, siempre que él lo juzgue necesario. Si no es por la razón que sea por el miedo.