Hoy, 7 de junio del 2021, el país amaneció igual que antier. Si alguien creyó que las elecciones modificarían radicalmente la situación política que vivíamos la semana pasada, como sucedió en la rebelión electoral del 2018, o que minarían el clima de polarización que ha ido echando raíces, empezará a constatar —diría el clásico— que el dinosaurio todavía está ahí. Si esto fuera una serie de televisión, la única novedad sería que cambiamos de temporada.

A partir de hoy viviremos una nueva versión de la pugna entre los dos aparatos políticos que se disputan el control del país y asistiremos a la continuación del guion que ya estaba escrito: lo que hasta el miércoles se expresó en las campañas políticas, desde esta mañana se trasladará al conflicto por el recuento puntual de los votos y a la solución jurisdiccional de los miles de litigios enderezados para tratar de probar que las derrotas de unos y otros obedecieron a las trampas y los excesos de los contrarios. Escribo esto con el alma en un puño, pero sin sombra de duda: México sigue igual y nuestros problemas, creciendo.

Como lo ha hecho desde 1996, el INE cumplió con su misión principal: hacer posible que hubiera casillas y que la gente pudiera votar. Hubo grupos que buscaron dañar la jornada con violencia y varios de esos episodios corrieron como agua por medios y redes pero, en conjunto, seguimos siendo más, muchísimos más, quienes apostamos por construir paz. De su parte, los partidos están haciendo números y estrategias para la temporada legal que se inaugura este día, mientras los aparatos políticos y mediáticos se disputan la mejor interpretación posible de los comicios y de sus resultados. Y apenas unas horas después de que este artículo vea la luz, la voz del presidente de la República volverá a marcar el tono del encontronazo siguiente.

Cambiarán las escenografías y algunos de los actores —no todos— y se ajustarán los discursos en función de las circunstancias frustrantes para los dos polos que están protagonizando este periodo de la historia de México: ambos despertarán este 7 de junio con la novedad de que ninguno logró derrotar por completo a su principal adversario ni alzarse con la victoria definitiva. Empero, en esta nueva temporada, en vez de elecciones tendremos impugnaciones; en vez de INE, veremos al TRIFE; y en vez de campañas políticas, candidatos y candidatas reclamando sus triunfos.

Pero no habrá cambiado nada fundamental. Persistirá la ofensiva presidencial contra los órganos electorales autónomos —y contra las demás instituciones que no se sometan al proyecto político del Ejecutivo— seguirá vigente la alianza de los partidos que decidieron competir juntos para darse aliento como contrapeso al titular del Estado y seguirán los debates más o menos acalorados y más o menos violentos sobre el destino que nos espera mientras vivimos en esta patológica bipolaridad colectiva. Hoy 7 de junio despertaremos con el mismo país de partidos enconados que se fue a dormir el día 5.

Durante la jornada electoral volvimos a constatar, sin embargo, que el pueblo y los ciudadanos —la sociedad civil, pues— es mucho mejor que la sociedad política que dice representarla. En eso coincido con el presidente de la República: “el pueblo de México es mucha pieza”. Pero admitamos que todavía tenemos un largo trecho por recorrer para derrotar la idolatría al poder y promover la organización colectiva en defensa de los derechos fundamentales y en contra de los privilegios privados.

Cierro este artículo aclarando que escribí esta nota la noche del sábado 5 de junio, en medio de la calma chicha previa al domingo anticlimático que estoy describiendo. Pero no necesité una bola de cristal para saber que este lunes 7, todo seguirá (casi) igual.

Investigador de la Universidad de Guadalajara.

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