Nunca en la historia del país se habrán elegido tantos puestos como en junio del 2021 (más de 21 mil 300) y, sin embargo, esos comicios siguen girando en torno de una pregunta única: si AMLO seguirá teniendo el poder que ha acumulado en estos años o si sus oposiciones podrán menguarlo. Hasta ahora, eso es todo.
En sana lógica, estos tendrían que ser los comicios del federalismo: 15 estados elegirán gobierno, se votará por diputados federales en distritos y circunscripciones, casi todas las entidades (menos dos) renovarán su poder legislativo y se elegirá a las y los funcionarios que dirigirán 1,976 municipios de 30 entidades. Nunca antes se habrá visto a ese caudal de individuos tratando de ganar el voto en toda la república y nunca habían sido convocados tantos ciudadanos a votar. Empero, la cuestión está centrada en el cargo que no aparecerá en las boletas y que sin embargo predomina, casi por completo, en el escenario electoral de junio.
Cuando llegue el día de los comicios, México seguirá lidiando con la crisis económica, la pérdida de empleos y la disminución de ingresos entre quienes sigan trabajando; estará gestionando la muy difícil distribución de las vacunas contra el Covid-19 y combatiendo los estragos de ese virus entre las personas y el sistema de salud, seguirá arrastrando los desafíos de la violencia, la desigualdad y la pobreza, el deterioro ambiental seguirá esperando una respuesta y los hechos de corrupción seguirán vivos. Pero nada de eso será fundamental para elegir qué recuadro cruzar en las boletas. La gran mayoría irá a las urnas para decidir si refrenda el poder del Presidente o lo contiene.
Ninguna de las dos grandes coaliciones que se enfrentarán en junio tiene otra cosa en mente. De una parte, Morena no se explicaría sin López Obrador; por el contrario, desde un principio se asumió como el instrumento indispensable para convocar a la rebelión electoral del 2018 con un líder único e indiscutible, y hoy se ha convertido en el aparato necesario para obedecer y reproducir consignas e instrucciones. Ninguna, ninguno de sus candidatos se atrevería siquiera a pronunciar la más mínima crítica a la voz del Presidente porque quienes lo acompañan saben que de su obediencia ciega depende el destino de sus propias ambiciones (y quienes llegaron a dudarlo, ahora ya lo saben). Morena es el partido de AMLO y nada más.
Y de otra parte, la aberración formada por los partidos y los grupos derrotados en el 2018 no habría sido concebida sin la idea simple y obsesiva de doblegar al Presidente. Es tan obvio, que ni siquiera me siento obligado a escribir más líneas sobre el tema: El PRI, el PAN y el PRD están en coalición por esa única razón. Es imposible que compartan otra cosa que no sea la organización de la revancha.
El único partido que se ha propuesto escapar de la tenaza es, acaso, Movimiento Ciudadano. Tiene un programa que coincide con la propuesta igualitaria pero están en contra del presidencialismo y a favor de la pluralidad. Es el tercero en discordia, pero vive todavía en los márgenes: fueron compañeros de AMLO hasta que éste les exigió extinguirse y luego intentaron contrapesarlo en el 2018, sin éxito. Es una voz opuesta a la polarización y proclive a la diversidad social y, aunque ha encabezado la agenda del federalismo y del ingreso universal, fuera de Jalisco y tres enclaves más aún se escucha con sordina. Y pese a su nombre, aún no consigue consolidar sus lazos con la agenda de la sociedad civil ni de afirmar su identidad política socialdemócrata. Con todo, son los únicos que están pensando en los problemas y no obsesivamente en AMLO. Pero fuera de ellos, todo indica que la elección más grande de la historia será arrasada por el fuego que atiza un solo hombre.