El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido acosar y amenazar a los migrantes indocumentados. Lo ha hecho desde hace casi 10 años, desde que lanzó su precandidatura presidencial en junio de 2015, y lo sigue haciendo ahora que está a un mes de retornar a la Casa Blanca.
Acosar es perseguir, “sin darle tregua ni reposo”, a una persona, como dice el diccionario. En inglés, el término attrition se refiere a un proceso en el que se reduce “la fuerza del enemigo” atacándolo constantemente.
Eso es lo que ha hecho Trump una y otra vez y ahora con mayor resonancia y rudeza: acosar, amenazar, perseguir retóricamente y de hecho a los migrantes, desgastarlos anímicamente, sobre todo a los latinoamericanos.
Para él son enemigos, invasores, criminales, narcotraficantes y violadores, y además abusadores de los servicios gubernamentales. Si existe un mal que es urgente combatir en Estados Unidos, es la migración. Él lo hará desde el primer día.
Así pues, en el Día Internacional del Migrante, Trump tiene varios presentes para ellos. Aquí una parte de la lista de regalos:
- La mayor operación de deportación de la historia.
- Redadas en centros de trabajo.
-Despliegue de la Guardia Nacional y de las Fuerzas Armadas en la frontera para impedir entrada de indocumentados y de solicitantes de asilo.
- Construcción de centros de detención a gran escala en áreas fronterizas, donde los migrantes serán internados mientras se les expulsa en vuelos continuos.
- Deportación completa de familias mixtas (documentados e indocumentados). Puesto que no quieren que se les divida, ha dicho Trump, que se vaya la familia entera.
- Eliminar programas de protección, como Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) y Estatus de Protección Temporal (TPS), que actualmente brindan protección a ciertos grupos de inmigrantes, incluyendo a los dreamers y refugiados de países en donde sus vidas peligran.
- Gravar las remesas.
- Abolir la ciudadanía automática para los nacidos en Estados Unidos de padres no ciudadanos.
Es así como el próximo presidente de Estados Unidos, cuya madre llegó como migrante a Nueva York procedente de Escocia en 1930, exhibe amenazadoramente su poder sobre las personas migrantes. Apuesta por descalificarlos, denigrarlos, etiquetarlos, estigmatizarlos, culparlos, perseguirlos, deportarlos. Pensará que se trata de una guerra con victoria garantizada. Porque los migrantes indocumentados no pelean ni protestan ni alegan derechos; normalmente, lo que hacen es trabajar, pagar impuestos, consumir, vivir en paz, enviar remesas, y si se les aprieta, se vuelven más discretos, buscan pasar inadvertidos. El enemigo ideal de quien gusta de presentarse como vencedor.
Si en las actuales circunstancias imperara un cierto orden lógico, la mejor defensa de los migrantes sería sencillamente su trabajo, que hablaría por ellos de manera contundente, y empresarios, consumidores y gobierno entenderían el lenguaje de los hechos, los que harían ver al presidente que la deportación masiva es insostenible. ¿Quiénes podrán o querrán hacer lo que hacen los migrantes en el campo? ¿Cómo irá el sector servicios sin quienes suelen ser los eslabones más cercanos del cliente? ¿Querrán los nativos o los trabajadores documentados realizar esos trabajos y querrán los empleadores pagar salarios más altos y los consumidores absorber el costo? ¿Y la inflación?
¿Se encargará la realidad de ponerle un alto a la fiesta de la persecución de migrantes? ¿O será que se puede deportar a 11 millones de personas, la mayoría fuerza de trabajo eficiente, sin que la economía estadounidense tiemble? Si alguien cree que sí, deberá antes demostrar que tiene una respuesta verificable a una pregunta inevitable: sin ellos qué, quién, cómo.
Especialista en derechos humanos.
@mfarahg