Donald Trump, proclive al espectáculo, ha hecho cuatro anuncios sobre migración, todos, desde luego, sonoros y vistosos: llevará a cabo el programa de deportación masiva “más grande de la historia”, y lo hará “desde el primer minuto”, para lo cual decretará “emergencia nacional” y utilizará al ejército.

Esta declaración de intenciones corresponde a su personalidad: en su visión de sí mismo, todo cuanto hace es “histórico”; recurre a la “emergencia nacional” para subrayar la gravedad de la amenaza, y de paso quitarse de encima pasos burocráticos y frenos legales, en tanto que incluye al ejército para invocar el poder militar y provocar la asociación mental que de ello se deriva.

Como siempre, su primera arremetida es verbal para generar sentimientos de preocupación, miedo y alarma en los migrantes. Con eso ya asestó un golpe al enemigo.

En su primera presidencia, también anunció el programa de deportación más grande de la historia, y deportó a 936 mil, menos de la tercera parte de lo previsto.

En aquella campaña dijo que construiría el muro que faltaba (unos dos mil kilómetros), pero luego afirmó que solo mil, porque del resto “se encargaba la naturaleza”. Al final solo construyó 727 kilómetros, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, pero esta misma fuente precisa que la mayoría fueron sustituciones o reparaciones de tramos ya existentes, así es que en realidad sólo aumentó la extensión del muro en 129 kilómetros, es decir, que terminó construyendo 12 por ciento de lo prometido. Y México no lo pagó.

Si Donald Trump cumpliera todo lo que ha dicho recientemente en materia de migración, sus acciones representarían un gran desafío para nuestro país, aunque también podrían ser contraproducentes para la Unión Americana.

Entre otras cosas ha hablado de llevar a cabo “un millón de deportaciones” por año, cuatro millones en total, lo que puede ser inviable e incluso inconveniente para Estados Unidos.

En el supuesto de que esta vez, más decidido y experimentado, lograra alcanzar su meta en el primer año, la carencia repentina de tal fuerza de trabajo significaría un duro golpe para la economía estadounidense, y es posible que su continuidad ya no fuera sostenible para el segundo.

Hay que tener presente, sin embargo, que para Trump los migrantes, más que un factor económico, son una oportunidad para mostrarse intrépido y patriota. Para favorecer esta percepción, los describe como una irrupción de criminales y perturbados que quieren acabar con Estados Unidos. Por eso combatir la inmigración retóricamente, y a veces en los hechos, le ha significado grandes dividendos, pues le permite presentarse como el salvador de su país, lo que podría reducirse a una estrategia de popularidad, si no fuera porque puede llevarlo a obstinarse en el cumplimiento de su promesa, más allá de sus consecuencias.

Al margen de la magnitud de las acciones de deportación, México deberá realizar un eficaz esfuerzo humanitario y administrativo para recibir a personas y familias deportadas y ayudarlas a su reinserción social, lo que se complicaría, y abriría otro frente de ayuda, si Estados Unidos pretendiera enviar para acá también a migrantes de otras naciones.

Finalmente, para Trump la migración es, asimismo, herramienta de presión o de negociación, por lo que suele mezclarla con la seguridad, el narcotráfico o la relación comercial, según convenga, en cuyo caso la retórica del aumento en el control de la frontera y de las deportaciones le serviría más como amenaza que como acción consumada.

Otras supuestas acciones en contra de migrantes mencionadas en la campaña trumpista parecen desproporcionadas e inviables, y dan una idea de la medida de sus obsesiones: deportación de niños de padres indocumentados nacidos en Estados Unidos; despojo de la ciudadanía a estadounidenses migrantes, y cancelación del derecho de ciudadanía por nacimiento, protegido por la 14ª Enmienda de la Constitución.

Como en otros ámbitos, la segunda presidencia de Donald Trump en materia migratoria se prevé compleja y riesgosa, por lo que México debe estar preparado para resolverla. No será fácil, pero hay en el país experiencia diplomática y técnica para lograrlo.

Especialista en derechos humanos.

@mfarahg

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