Rara vez nos toca ver en tiempo real cómo muere una institución. Es el caso del PRI. Dice bien Aurelio Nuño que la posibilidad de reelegir al presidente del partido, aprobada en la última asamblea, es contraria a la esencia del Revolucionario Institucional. El PRI surgió como un partido para agrupar y organizar a los caudillos de la revolución mexicana y, además, con una vocación antirreeleccionista. Después de su mandato como presidente de la república, Obregón se convirtió en la única figura capaz de imponer algún tipo de orden frente a todos los caudillos locales que había en ese momento. A su muerte, la pléyade de caudillos quedó huérfana y es ahí cuando Calles —retomando una idea del propio Obregón— decidió fundar el PNR, abuelo del PRI. Lo hizo para, precisamente, sustituir el control personal por un mecanismo de participación política institucional. Y fue bajo la guía del PNR, con Manuel Pérez Treviño a la cabeza, cuando se profundizó aún más el postulado de “no reelección”.  Rogelio Hernández registra cómo fue en 1932 en la Convención Extraordinaria de Aguascalientes donde se aprobó limitar definitivamente la reelección en todas las modalidades de la Constitución, ejercicio que fue conducido por el PNR.

Pero lo que más llama la atención no es la traición histórica, sino la más inmediata. Lo que muestra el episodio reciente es la traición a todos los ciudadanos que votaron por Xóchitl Gálvez. Una y otra vez se dijo en la elección que votar por el PRIAN era la única forma de salvar a México, de evitar que una “dictadura chavista” se instalara en nuestro país. Se insistió en el “voto útil”, en “no tirar el sufragio a la basura” votando por la opción deseable, pero sin viabilidad de triunfo. Se dijo que el matrimonio entre PRI y PAN nacía no del cariño, sino de la necesidad inmediata y por un “bien superior”. Se les bordaron ropajes democráticos, se les colocaron collares y pulseras de virtudes. Xóchitl llegó a hablar bien del dirigente, de su experiencia, de su personalidad “fuerte”.

Millones de mexicanas y mexicanos creyeron en esta versión del PRI. Votaron con la nariz tapada, pero con la convicción real de que estaban votando por la opción menos mala para gobernar. La idea de que el PRI era un partido opositor sí cuajó. Más aún, lograron posicionar la idea de que los esquiroles estaban en Movimiento Ciudadano. A pesar de los hechos, a pesar de las votaciones en el Congreso (donde el PRI es quien más ha votado a favor de las iniciativas de MORENA), a pesar de todas las señales (como la reforma al quinto transitorio para que el Ejército pudiera permanecer en las calles hasta 2028). Muchos editorialistas, locutores, conductores de radio y televisión, y miembros prominentes de la sociedad civil, defendían al PRI a capa y espada. Insisto: a pesar de conocer la historia de su dirigencia, a pesar de ver con sus propios ojos las votaciones en el Congreso, decidían eludir los hechos y presentar a Movimiento Ciudadano como esquirol, antes de reconocer lo evidente: una vez pasada la elección, el PRI se iría con MORENA.

Porque esto último es lo más preocupante. Simplemente no se entienden los últimos cambios en el partido sin el respaldo del poder.  La actitud desfachatada y hostil de su dirigencia destila esa arrogancia que sólo da el cobijo del poder en turno. Esto quiere decir que todo lo que vimos en la campaña fue una mala broma, un engaño grotesco y perverso. Los votos de millones que no comulgan con el régimen actual, los votos que se emitieron para sacarlos del poder, al final irán para el régimen. Esos votos no se dieron al PRI, sino a MORENA. Quien votó tricolor, en los hechos votó guinda. Y hay que hacerse cargo de eso porque a todos nos tocará asumir el costo. Se los dijimos: el PRIMOR existe. Hoy está más vivo que nunca.

Abogado y analista político

@MartinVivanco

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