Ayer, en estas páginas, Raudel Ávila escribió sobre la mala calidad de las postulaciones que han hecho los diversos partidos a la Cámara de Diputados.[1] Me permito aquí disentir en algunos puntos del autor y precisar otros, como lo he hecho con él durante años: con respeto y reconociendo su gran capacidad.
El texto encaja muy bien con el sentido de creencias –como diría Ortega- de la época. No es sorpresa que el Poder Legislativo y sus miembros se coloquen en los últimos peldaños del prestigio público. Basta revisar casi cualquier encuesta para corroborar esta sospecha.
La tesis central del texto es que los actuales partidos, a sabiendas de ese desprestigio, no postularon a los candidatos que demanda la coyuntura. La próxima legislatura será decisiva. Por lo tanto, de acuerdo con Ávila, se deberían postular personas con capacidad de negociación política y de razonar elocuentemente en tribuna. Vale la pena detenerse en esto.
El argumento del autor es un claro ejemplo de una generalización apresurada. Es decir, llega a una conclusión desde una base insuficiente de información por una sencilla razón: todavía no se definen todas las candidaturas al Congreso Federal. Para las 300 curules de mayoría, habrá muchísimos perfiles compitiendo en las semanas porvenir. De verdad, ¿alguien puede concluir que entre los miles de candidatos que competirán no habrá alguien que tenga los dotes que el texto exige de un legislador?
Imagino, entonces, que el autor saca sus conclusiones de algunas precandidaturas o candidaturas que han reportado los medios y, sobre todo, de las listas a las diputaciones plurinominales que se hicieron públicas del PRI y el PAN. En efecto, los perfiles de esas listas dejan mucho que desear. Sin embargo, creo que el problema es más profundo que un simple desdén de parte de las dirigencias partidistas hacia los perfiles competentes. El verdadero problema es uno de corte estructural.
Para decirlo rápido, las actuales reglas que rigen la conformación del Poder Legislativo están rebasadas. No hay una profesionalización generalizada de los legisladores ni una vocación legislativa asentada –aquí estoy de acuerdo con el autor. La reelección consecutiva de los legisladores se aprobó tarde y mal. Los partidos políticos siguen teniendo el control de todas las candidaturas. Además, por las múltiples crisis de representación que se viven, los partidos, antes que nada, buscan su supervivencia. Por tanto, bajo una idea muy simplista del fenómeno electoral, buscan perfilar a líderes que “garanticen” votos, sin reparar en su funcionalidad legislativa.
No es difícil ver cómo la serpiente se muerde la cola: mientras no se profesionalice el quehacer legislativo y no se logre un equilibrio entre el arrastre electoral y la capacidad legislativa, el prestigio de los legisladores –y de la política, en general- seguirá en decadencia.
Finalmente, el autor parece presuponer que el problema –la postulación de buenos perfiles- se resolvería con voluntad de las dirigencias partidistas. No es tan sencillo. La “vocación política” –en el sentido weberiano- escasea en estos momentos. Emprender una aventura electoral no es cosa fácil. Implica una decisión de vida cuyos costos no cualquiera está dispuesto a pagar. He sido testigo de múltiples rechazos a proyectos electorales porque no se reparó en todo lo que implicaba: construir un equipo, someterse a una madeja normativa electoral complejísima, abrir casi la totalidad de la vida a ejercicios de fiscalización y escrutinio público, y un gran etcétera. Si a esto sumamos impresiones comúnmente compartidas por la ciudadanía –como las que Raudel hace del Congreso, refiriéndose a él como una “vulgar casa de citas” y un lugar donde “circulan diputados ebrios del brazo de sus amantes”- y agregamos, también, el aire de antipolítica que se respira por doquier, la tarea para atraer a nuevos perfiles se torna complicadísima.
Por eso me parece desatinado el comentario del autor sobre las candidaturas de Movimiento Ciudadano. Dice que éstas “oscilarán entre los juniors y las ‘niñas bien’ del corredor Condesa-Polanco”. Otra vez generaliza sin detenerse en la realidad. Desliza la crítica sin analizar los perfiles de quienes aspiran a ser candidatas y candidatos. En el caso de las candidaturas de la Ciudad de México, si examina con rigor, verá a activistas sociales con causas tan diversas como los derechos LGBT y los derechos de las infancias. Verá a gestoras culturales, a feministas preparadas y a polemistas como las que demanda Ávila, pero también la propia ciudadanía.
Igualmente, el autor pasa por alto que Movimiento Ciudadano no sólo competirá en la CDMX, sino a nivel nacional. Sobre todo, me sorprende que no vea la virtud de tener a muchos jóvenes entrando por primera vez en política, si es lo que él y yo hemos promovido por años. En vez de denostar, debería encomiar a quienes dan un paso al frente para cambiar la realidad de este país.
Yo también tengo la esperanza de que llegue una generación de legisladores de calidad que obliguen al Ejecutivo a portarse como estadista. No obstante, a diferencia de Ávila, tengo la certeza de que existen oportunidades para que ésa sea la realidad de la próxima legislatura. Hoy, dedico todo mi esfuerzo para aprovechar la oportunidad que, considero, histórica. Lejos de alimentar prejuicios negativos respecto a las instituciones que nos representan, estoy preparándome –como muchos integrantes de Movimiento Ciudadano– para que México, por fin, tenga el Congreso que merece.
@MartinVivanco
[1] https://www.eluniversal.com.mx/opinion/raudel-avila/esplendores-y-miserias-del-poder-legislativo