El voto masivo a favor del proyecto obradorista no se puede reducir a una sola causa. Cada una de las explicaciones tienen algo de razón. Los programas sociales y el aumento al salario sirvieron, la campaña de Sheinbaum estuvo bien estructurada y ella casi no se equivocó, AMLO sí estuvo en la boleta y su aprobación no sólo es índice de popularidad sino de identidad. La alianza opositora hizo una pésima campaña, nunca hubo estrategia. Tomaron como programa político lo que se decía en las mesas de opinión. Fue una campaña que apelaba al hígado de unos cuantos. No repararon en la desaprobación de los partidos que la conformaban. Cuando te postulan partidos que tienen el 60 por ciento de rechazo, no puedes crecer. Hay un tope natural. Esa campaña nació muerta.

¿Qué hacer? Empezarán los “procesos de reflexión” dentro de las diferentes fuerzas políticas. Habrá cónclaves y mesas. Habrá reparto de culpas y de responsabilidades. Habrá demandas de renovación cupular. Todo eso está muy bien. Es necesario. Pero la respuesta es más sencilla de lo que los análisis sesudos van a arrojar. Hay que regresar a lo más básico, al ABC de la política electoral.

Para crecer como fuerza política hay que ganar elecciones. Punto. Y las elecciones no las ganan los discursos en tribunas, las participaciones en medios, los puntos de acuerdo, ni dos o tres plazas llenas. Las elecciones se ganan cuando se construye una base social que apoye a tal o cual candidato en una elección. Esta construcción pasa, otra vez, por lo más básico: la creación de una estructura. Con aliados en las colonias y comunidades que sean verdaderos líderes que trabajen en favor de su comunidad y que, a su vez, estén organizados en torno a un proyecto político serio y convincente. Esto, por supuesto, no se construye de la noche a la mañana. Toma tiempo, trabajo y paciencia. Es una labor que le corresponde a los partidos y que, en su mayoría, han dejado de hacer. De esta claudicación viene su debacle actual. El abandono fue tal que ni un partido de oposición tuvo representantes en todas las casillas para defender su voto. El PAN logró cubrir el 65% de las casillas y fue la fuerza política opositora que más representación obtuvo. MORENA, en cambio, cubrió el 90%. Para mí esta fue la primera señal del tsunami que se avecinaba. Si de entrada no se tiene la capacidad de convocar a quienes van a defender el voto y organizarlos, algo va mal.

Me dirán que estoy diciendo una obviedad, pero no lo creo. Hay quienes realmente creen que las elecciones se ganan con “la narrativa” (odiosa palabra). Hay quienes realmente creen que basta hilvanar un discurso coherente, con dos o tres frases pegajosas para ganar un voto. En estas páginas, Raudel Ávila ha sido un crítico feroz de esta forma de pensar lo electoral. Si no me cree, cómo explica que en un país con 50 millones de pobres y con las carencias más básicas, el discurso de campaña del Frente se basó en la defensa de la democracia liberal. No estoy diciendo que no importe esta defensa, (es absolutamente necesaria), sólo digo que no sirve para ganar elecciones. Fui candidato en esta elección, ¿sabe cuántas personas me dijeron que iban a votar por mí porque estaban preocupados por el estado de nuestro liberalismo democrático? Pensó bien, ninguna. Uno se puede dar el lujo de hacer de la elección una disputa de ideas e ideologías sólo cuando lo más básico está resuelto. En México, la defensa del liberalismo muere ante la falta de pavimento y agua.

Me preocupa la concentración de poder en una fuerza política con pretensiones hegemónicas. Me preocupa que regresamos a los tiempos en donde hay que leer los gestos, las fotos y el tono de una persona para tratar de entender el futuro del país. Si queremos cambiar esto, entonces hagamos el trabajo. Dignifiquemos la política partidista y salgamos a la calle. Ganará quien lo haga. No hay más.

Abogado y analista político

X: @MartinVivanco

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