Algo va mal cuando en una campaña quien brilla no es el candidato o la candidata sino alguien de su equipo. Algo va mal porque todo el aparato de campaña se crea precisamente para que el protagonismo lo tenga quien aspira a gobernarnos. Cuando no es así, hay un problema.

Esto es lo que pasó esta semana en la campaña de Sheinbaum. Quien se llevó las primeras planas fue Arturo Zaldívar. Todas las mesas de análisis y las editoriales le dedicaron tiempo y tinta al análisis de la denuncia anónima presentada en su contra. El propio equipo de la candidata tuvo que volcarse a defender al ministro. Tuvieron que ofrecer ruedas de prensa, enfrentar la crítica, dar explicaciones. Tuvieron que preparar una estrategia para someter a la presidenta de la Corte a juicio político. Todo esto hace ruido y quita tiempo, acaso el bien más preciado y escaso en una campaña.

Las acusaciones contra Zaldívar no son menores: de ser verdaderas, se muestra un modus operandi alarmante. Uno en donde las más altas esferas del poder judicial están contaminadas por intereses políticos y económicos que contradicen el discurso del presidente. Donde la presión que se ejerce desde la cúpula más alta del poder político determina las decisiones de los jueces y magistrados. De ser así sería una ilusión, una mala broma, el discurso de que a los ciudadanos se nos juzga conforme al derecho, es decir, respecto de un orden normativo dado y fijo. Lo que este caso muestra es que se nos juzga de acuerdo con los intereses de quienes tienen poder en este país. Las normas se violan y se les colma del significado que sirva al poderoso en turno. Tal y como se muestra en un diálogo de Alicia en el País de las Maravillas: “cuando yo uso una palabra —insistió Humpty Dumpty— quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos”; “la cuestión —respondió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”; “la cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda, eso es todo”. Así parecería que el ministro en retiro le decía a los magistrados y jueces.

Teniendo en cuenta lo anterior, no entiendo por qué Claudia Sheinbaum se empecinaría en tener a alguien como Zaldívar en su equipo. No entiendo qué le ofrece. Dudo que sea por su capital político. No es alguien que mueva masas, que le ofrezca una cantidad de votos considerable. Llegó a ser respetadísimo entre abogados y juristas. Ya he relatado en estas páginas cómo yo lo llegué a admirar. Pero hoy su desprestigio excede por mucho a sus virtudes. No conozco a un abogado serio que salga en su defensa hoy en día. También dudo que sea por su solvencia técnica. Se me ocurren muchas personas que tienen un conocimiento equiparable y no cargan con esa loza de descrédito. Repito: no entiendo qué ofrece, a tal grado de que la candidata aguante tanto desaseo. Desde cómo dejó la Corte, hasta su escándalo actual, que contradice todo lo que Claudia dice representar.

Dicen bien Juan Jesús Garza Onofre y Javier Martín Reyes, los problemas de Zaldívar son éticos y estéticos. No actuó bien como juez, no se ve bien como político. Hay algo en el Zaldívar propagandista que no acaba de cuajar, de convencer. No es un político profesional, nunca lo ha sido. Es alguien a quien le gusta brillar a costa de lo que sea. La pregunta es si su hoy jefa va a seguir permitiendo que uno de sus subordinados le quite tiempo, energía y, probablemente, votos. Porque no hay que olvidar algo: así como el prestigio de los colaboradores prestigia al líder, el desprestigio también…desprestigia.

Abogado y analista político

@MartinVivanco

 Juan Jesús Garza Onofre y Javier Martín Reyes, “Zaldívar, sin ética ni estética”, Nexos, disponible en:

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