Sancho Panza era todo menos un romántico. Se une a la cruzada del Caballero de la Triste Figura por una pretensión política, de poder puro y duro. Nunca ocultó sus verdaderas intenciones ni las pulsiones detrás de éstas: quería ser Gobernador de una ínsula por el simple hecho de disfrutar de los beneficios del poder: riqueza, fama, prestigio. Por el deseo que tenía de “probar a qué sabe el ser gobernador”1. Un duque le juega una broma a Sancho y lo “nombra” gobernador de la ínsula Barataria. Allá va a dar el ocurrente y refranero amigo del Quijote, no sin recibir un discurso notable de su maestro. Antes de partir a tomar posesión de su cargo, el Quijote revela a Sancho una serie de consejos sobre el buen gobierno, “porque los oficios y los grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones”. Ese pliego es quizá uno de los manuales prácticos más sucintos y concretos que existen sobre las cualidades del buen gobernante.

Ahí le dice que se conozca a sí mismo para que siempre mantenga los pies en la tierra, que se sienta orgulloso de su humilde linaje pues de esta forma nadie podrá hacerlo menos y así se precie más de “ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. Que sea muy amable con sus parientes y que sea justo con pobres y ricos. Que juzgue con la equidad cuando sea posible, es decir, que no cargue “con todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor fama del juez riguroso que la del compasivo”. También le dice que sea respetuoso de todos en todo momento, aún con los que sanciona, pues la sanción en sí misma es suficiente como para agregar un mal trato. Que sea misericordioso, pues “más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”; que sea moderado en sus comidas, muy aseado, bien vestido, madrugador y diligente. El fiel escudero, lo escucha, pero no guarda todos los dichos en su memoria. Por lo que responde al Quijote parecería que piensa que siendo gobernador el poder ocultará sus defectos y lustrará sus virtudes y, más aún, le dará una suerte de manto protector contra las envestidas contrarias a su figura pues a “lo que dijere el gobernador, no hay que replicar”. Acto seguido llega a la ínsula y lo reciben con los honores merecidos. El redondo y pequeño amigo estaba muy contento.

La primero que hace Sancho es atender algunas personas que requerían de una resolución a ciertas casos controvertidos. Sancho lo hace bien. Después se dispone a cenar y caen una avalancha de imprevistos: un médico le empieza a quitar la comida de la mesa por considerarla perniciosa para su salud; le llega una misiva con la advertencia de una amenaza a su reino: y a deshoras un negociante le pide audiencia para resolver algunos asuntos particulares. Sancho, cansado y hambriento, recibe al negociante y éste le pide dinero. Y ahí el escudero pierde los estribos: ¡¿Cómo puede ser a tan sólo medio día de gobierno ya vayan a pedirle dinero?! Despotrica contra el negociante y lo corre del palacio.

En una de sus cavilaciones Sancho dice: “Ahora verdaderamente que entiendo que los jueces y gobernadores deben ser o han de ser de bronce para no sentir las importunidades de los negociantes, que a todas horas y a todos tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo sólo a su negocio, venga lo que viniera; y si el pobre del juez no los escucha y despacha, o porque no puede o porque no es aquel el tiempo diputado para darles audiencia, luego les maldicen y murmuran, y les roen los huesos, y aun les deslindan los linajes”.

A los siete días de gobierno, Sancho se siente agotado y renuncia. Él dice: “más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de Holanda y vestirme de martas cebollinas”. Al final, el Quijote tenía razón: gobernar no es cualquier cosa, y no es para cualquiera.

@MartinVivanco
Abogado y analista político

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