El discurso de la Senadora Lily Téllez fue tan poderoso, tan comentado, tan compartido porque detonó una especie de catarsis. Ciertamente fue enérgico, altisonante, duro. Pero al poderoso –y López-Gatell vaya que lo es- cuando no escucha, es un deber gritarle. Caló hondo porque sintetizó en nueve minutos lo que muchísimos expertos, científicos, médicos y gente común y corriente, siente, piensa y, sobre todo, ha vivido en los últimos meses. Por eso fue catártico: fue liberador ver a alguien que obligó a escuchar a alguien que se niega a hacerlo.
Porque basta ver las cifras, escuchar las historias, salir a la calle para darse cuenta que las cosas no van bien. De seguir así podríamos llegar a medio millón de muertos en unos meses y que muchas de esos fallecimientos encuentran –y encontrarán- su causa en un mal manejo de la pandemia por parte del gobierno. No es una cuestión inherente al estilo de vida de los mexicanos, sino a malas políticas públicas. Punto.
La respuesta del Subsecretario, lamentablemente, fue un alegato penoso, de una zalamería burda. Aquí encuentro el punto central de lo que está pasando. Al Subsecretario no le ganó el ego, la fama, sino que se contagió de otro virus: el dogma, la ideología pura y dura. Esa aspirina mágica que permite dotar de sentido a nuestro mundo al dormir nuestro sentido de realidad. Que otorga sosiego porque erradica toda contradicción, toda duda, toda incertidumbre vital. Basta leer su primera reacción. Al contestar la interpelación parlamentaria, no se molestó en recurrir a los datos, en responder con argumentos, sino que apeló a una falacia típica: el argumento de autoridad. En vez de contestar y aclarar, se cobijó en el manto de autoridad de su jefe, el Presidente. Lo dijo con todas sus letras: él sirve a las expectativas de Andrés Manuel López Obrador porque éstas no son las de un hombre, sino las de todo un Pueblo. El Presidente y la Cuarta Transformación vivifican la “síntesis” –él uso la palabra- de la reivindicación histórica de todo ese Pueblo.
La inferencia no es difícil de identificar. El Pueblo se encarna en el Presidente; López-Gatell sirve al Presidente y, por lo tanto, al Pueblo. Eso le otorga dos licencias nada despreciables al Subsecretario. Le permite ser partícipe de la Historia –así con mayúscula-, trascenderse a sí mismo sirviendo al movimiento de las grandes causas. También le da el don de la infalibilidad. Si el pueblo no se equivoca, el Presidente tampoco, y él menos. Por eso no recula, ni cambia de parecer, pues el sirve a una idea mayor que nosotros no entendemos.
Ese fue el subtexto cuando les diagnosticó “disonancia cognitiva” a esa minoría parlamentaria que lo increpó, que no es otra cosa más que un divorcio entre la realidad y lo que pensamos. Uno piensa algo que simplemente no está ahí, no existe, no pasa, pero cada hecho se interpreta para reafirmar la creencia que tenemos en nuestra mente. Para el Subsecretario, las Senadoras que lo cuestionaron no tienen idea de qué país habitan, cuánta desigualdad hay, ni todo lo que representa ese movimiento del que él es hoy protagonista (curiosamente así no pensaba cuando trabajó en la Secretaría de Salud bajo el Gobierno de Felipe Calderón, pero me imagino que ahí todavía vivía atrapado en las garras del neoliberalismo).
Pero quizá cabe la posibilidad de que sea al revés. De que su lealtad al movimiento lo haya hecho inmune a la crítica, lo haya abstraído de la realidad, a tal grado detrás de cada cifra y estadística ya no ve seres humanos, ni familias, ni dolor. Lo que ve son muertes inevitables producto de la desigualdad, de la corrupción y del neoliberalismo. Eso no es su culpa y por eso no hay nada que hacer. No importa que se le diga que, en comparación con otros países con circunstancias similares, estamos peor. Que el cubreboca sí sirve y debería ser de uso obligatorio. De nada sirve recordarle que su trabajo no es administrar la muerte, sino evitarla. Y que eso implica contradecir a su jefe, corregir el rumbo, aceptar errores. En otras palabras: quizás la disonancia cognitiva la tiene él.
Luego habló también del duelo. Deslizó la idea de que algunos de nosotros seguimos estancados en alguna de sus etapas. Me imagino que se refiere a una especie de duelo colectivo por la pérdida del mundo pre-Covid y eso explica la forma tan “agresiva” como fue tratado en la comparecencia. Lo que sí le puedo decir es que quienes hemos perdido seres queridos durante esta pandemia –sea por la Covid u otra causa- claro que seguimos en duelo. Un duelo por la imposibilidad de despedirnos de nuestros familiares como nos hubiera gustado, duelo por haber visto cómo se muere en esta época, de forma tan fría, tan en soledad. Y que ese duelo deviene en enojo por ver a personas que no consiguieron pruebas y, por eso, no se atendieron a tiempo. Enojo por saber que somos el país donde más trabajadores de salud han muerto en el mundo. Enojo por más de 80 mil muertes, muchas de estas evitables.
Sí, Subsecretario, muchos estamos en duelo y enojados.