No es menor lo que estamos presenciando en la esfera pública. El descaro con el que el oficialismo y la Alianza violan la legislación electoral traerá repercusiones graves. Si hace unos meses se marchó para defender a los árbitros electorales, hoy vemos cómo se incentiva su destrucción.

Lo que estamos presenciando es la destrucción de las instituciones electorales —del INE y el TEPJF— al desacatar con toda desfachatez los tiempos electorales y los actos permitidos dentro y fuera de tiempo. Hoy, cinco meses antes del inicio oficial, vemos verdaderas campañas políticas por parte de dos bloques políticos (Morena y PRI-PAN-PRD). Por mucho que quieran justificar lo que hacen, no hay nadie que honestamente pueda decir que están dentro de los márgenes de la ley. No lo están y ellos lo saben. Recorren el país, celebran mítines, hablan públicamente de candidatos y candidatas, buscan sumar voluntades para un proyecto electoral.

Y es que las instituciones no existen como tal. No son entidades que se encuentren en la naturaleza. Son más bien prácticas sociales que derivan de “un sistema público de reglas que definen cargos y posiciones con sus derechos y deberes, poderes e inmunidades, etc.”[1] Es decir: “hay una base común para determinar las expectativas mutuas” que deriva de la aceptación de ciertas reglas. Al negar esas reglas, al hacer caso omiso de las mismas, se niega a las instituciones mismas y así entramos en un estado de anomia: donde no hay parámetros normativos de nada, donde todo se vale.

Acaso las instituciones más importantes en una democracia constitucional son aquellas que regulan la vida electoral por hacerse cargo de algo fundamental: el acceso al poder político. Es decir, la legitimidad de que unos manden sobre otros con la posibilidad de hacer uso de la violencia (Weber). Si tenemos reglas electorales es porque hay un consenso de que no todos los medios para acceder al poder son válidos, que consideramos que los fines no justifican todos los medios, que debemos garantizar ciertas condiciones de justicia mínimas para que el resultado pueda calificar como democrático.

Lo contrario es aceptar la selva como campo de batalla. Y la selva electoral es especialmente cruenta; ahí no se respeta nada, salvo la fuerza (el dinero, la coacción, la amenaza). Al paso que vamos y, siguiendo la lógica de la selva, ¿por qué respetar los límites de gasto y las reglas de financiamiento?, ¿por qué respetar las acciones afirmativas o la delimitación de los distritos? ¿Por qué obedecer los requisitos para ser candidatas o candidatos? ¿Qué hacer con los límites a la reelección? Si gana el argumento pragmático de la Alianza (“es la única forma de ganarle a Morena”, “el oficialismo nos orilló a violar la ley”), entonces, ¿qué no se vale?, ¿dónde poner el límite en la violación al orden jurídico?

Vuelvo al argumento: desacatar las reglas es destruir a la institución encargada de su aplicación. Están destruyendo a los árbitros electorales incluso antes de que empiece el periodo electoral, colocándolos en una situación imposible: o se vuelven cómplices de su propia destrucción o acatan la ley y niegan los registros de los candidatos de dos bloques políticos (al paso que vamos —y si se respeta la ley— la única fuerza política que podría participar legalmente en la contienda sería Movimiento Ciudadano).

Por último, no olvidemos que las instituciones sirven también para modular la subjetividad, es decir, “cuando las instituciones se debilitan brotan el fanatismo y la violencia, la certeza indudable en la propia subjetividad. Y es que sin instituciones el individuo no encuentra nada a qué aferrarse salvo a él mismo, a sus sensaciones, a sus sentimientos espontáneos”.[2] Supongamos que alguien pierde por muy pocos votos en un año, ¿cómo podremos encauzar esa derrota --ese sentimiento espontáneo de frustración-- de forma pacífica si justo se está dinamitando a las instituciones encargadas de legitimar el resultado? Si tomó Paseo de la Reforma en 2006, imagínense lo que podría pasar en 2024. Están jugando con fuego.

Abogado y analista político

@MartinVivanco

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