La película del Guasón ha merecido varios comentarios y críticas. Y van a llover más. Es una película perturbadora, que incomoda, que incordia. Yo estoy convencido que esa es una de las funciones del arte: apelar a la incomodidad. Quiero escribir algo de eso. Pero antes aclaro que esta no es una crítica de cine ni, mucho menos, un texto con pretensiones científicas sobre las discapacidades psicosociales. Tan sólo quiero reflexionar sobre lo que veo en el trasfondo político y moral de la película.

Arthur Fleck es un hombre perturbado, enfermo, solo. En un momento de la cinta dice que él “sólo tiene pensamientos negativos”. Uno ve a un hombre casi en los huesos, con surcos en el rostro, ojeras debajo de los ojos, una mirada vacía, triste. A ratos se nota apresurado, acelerado, nervioso. Y por supuesto, su risa, es una risa triste y dolorosa. Pero, sobre todo, yo veía a un hombre cansado, indignado, que coexistía –no convivía- con otros miles en parecidas condiciones. La pregunta es, ¿por qué?

Lanzo algunos intentos de respuestas que encuentro en el libro “la sociedad del cansancio” del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han y de los que hablé ya en otro lugar.

Nuestro cansancio, según Han, deriva de la positividad de nuestro mundo. Estamos sobre estimulados en todos los sentidos. Antes vivíamos en una sociedad disciplinada –para utilizar el término de Foucault— en la que cada quien sabía lo que debía hacer. Dominaba un discurso inmunológico, producto del contacto entre nosotros: se rechazaba a lo otro, a lo extraño, “lo negativo”.

Hoy en día esto ha cambiado. La falta de interacción humana y la internalización de la lógica neoliberal –una ideología política, moral y económica- y ha modificado nuestro paradigma conductual. Ya no hay nada que rechazar, porque ha desaparecido la otredad. Ante esto, la negatividad se ha difuminado y ha sido suplantada por la positividad: hoy domina una lógica del exceso, de tener más, de ser más, de aparentar más. Y lo interesante es que hemos internalizado la perorata neoliberal de tal manera que el discurso de “la adición” –de la positividad— se instaló en nuestras neuronas.

Así, nuestra sociedad transmutó en una de rendimiento. Si antes predominaban las prohibiciones y los deberes –es decir, la sociedad instituía roles que las personas debía cumplir- hoy la carga del devenir cae completamente en el individuo. Antes predominaba una lógica de límites, hoy una en la que todo se puede. No hay imposibles en la sociedad del rendimiento.

Así, la presión que siente el individuo es inmensa. Si de él depende todo y todo se puede, entonces no puede haber pausas, descansos. Cada quien se convierte en emprendedor de sí mismo. Es interesantísimo como cambia el concepto de alienación marxista: antaño eran las fuerzas externas las que explotaban al individuo, hoy es él quien se explota. El amo se volvió esclavo, diría Hegel, y todavía más: cree que es libre auto-explotándose.

El efecto es más que práctico. Antes, las enfermedades más temibles eran las virales; la gripe, típicamente externa y negativa, es un ente extraño al cuerpo que busca dañarlo. La positividad, en cambio, produce otras enfermedades: la depresión, la fatiga, discapacidades psicosociales. Estas enfermedades, a diferencia de las inmunológicas, son de tipo neuronal y no derivan de un agente extraño, sino que se crean dentro de nosotros. Esa violencia neuronal es la patología de nuestros tiempos. Y es fácil ver por qué: el deprimido, el ansioso, es aquél que no está a la altura de lo que él se impone para estar al corriente de los demás miembros de la sociedad del rendimiento.

Así llegamos a una sociedad donde tenemos individuos cansados, ansiosos, deprimidos, no por mera elección individual, sino por un sistema que les fue impuesto.

A varios de eso individuos sumémosle un discapacidad psicosocial diagnosticada. Una enfermedad que requiere de medicación para que ellos estén en condiciones de igualdad frente a los demás miembros de esa sociedad del rendimiento. A eso adicionemos que este individuo es pobre y no tiene dinero para comprar sus medicinas, y que al Estado le importa un comino su estado de salud y deja de suministrarle sus medicinas. Y agreguemos un toque más: vive en una sociedad que lo invisibiliza, que no lo ve porque no lo quiere ver, donde los ricos viven amurallados en sus mansiones y detrás de sus vidrios polarizados.

Lo que resulta son incontables personas desposeídas de la mínima dignidad. Arthur Fleck, antes de ser el Guasón, era un hombre cansado e indignado. No justifico su paso a la violencia y la criminalidad –nada más lejano que esto- pero sí creo que debemos reflexionar sobre sus múltiples causas. Y la película hace eso: nos invita a reflexionar sobre el tema de la criminalidad y la violencia desde otra perspectiva. No hay solución posible si no empezamos por ahí.


@MartínVivanco

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