Nunca había sentido las huellas de la realidad como en estos días. El coronavirus devela algo a lo que mi generación no está acostumbrada: a vivir el eterno presente.

Nací en una generación en donde creíamos tener todas las respuestas. A principios de los noventa se instalaba la democracia liberal como la ideología triunfante –el famoso fin de la historia. De acuerdo con ella, la globalización contribuía a la expansión del bienestar, mientras que el progreso tecnológico a construir un futuro cada vez mejor. La narrativa de nuestra época sostenía una promesa de futuro y promovía una idea del tiempo como progreso. Sin embargo, todas esas certezas se han comenzado a derrumbar. Hoy, pululan populismos, los nacionalismos vuelven por la puerta principal, y la tecnología nos quita, soterradamente, el control de nuestro propio destino. El coronavirus sólo vino a develar por completo lo que, desde años atrás, se comenzó a percibir; es decir, que la narrativa optimista de nuestra época describía un mito y no una realidad.

El virus de 2020 es una estampa en donde vemos la realidad cruda de nuestros tiempos. Nos enfrenta al derrumbe de certezas inoculadas en nuestras cabezas, que acaso no eran más que espejismos. La pandemia nos empuja a cuestionarnos todo. Sentimos miedo, ansiedad, estrés. Caemos en cuenta del poco –poquísimo– control que tenemos sobre nuestra vida, ya que ésta se basa en una idea del tiempo. El tiempo como una pista por la cual transitamos hacia la muerte, pero siempre hacia delante y, también siempre, como pilotos y al volante.

El virus nos está quitando esa pista de certezas. Albert Camus, en su obra La Peste, lo relata muy bien. Al hablar de los habitantes de Orán –la ciudad invadida por la peste- dice que llega un punto en donde ellas y ellos “sin memoria y sin esperanza, vivían instalados en el presente. A decir verdad, todo se volvía presente”.

El eterno presente nos arrebata cierta idea de autonomía. Si la autonomía es la capacidad de planear nuestra propia vida –a través del tiempo- lo que se cierne sobre nosotros es una incertidumbre vital. No es que lo crea, lo vivo. Ahora pienso en qué voy a hacer en uno, dos, tres meses y, francamente, no lo sé. ¿Cuánto tiempo durará el estado de excepción mundial y en cuánto tiempo nos recuperaremos? ¿Cómo será la nueva normalidad?

Sin duda, la nueva realidad será distinta no sólo en los ámbitos de salud, economía y política; sino que también cambiará nuestra propia idea de individualidad. A mi generación le es ajena este tipo de crisis. No vivimos las grandes guerras mundiales y las pandemias anteriores -VIH, SARS, H1N1- tuvieron una dinámica totalmente distinta a la actual, ya que era más lento el contagio o existía un antídoto para ellas. En contraste, mis padres y abuelos vivieron en un mundo donde el apocalipsis siempre fue una posibilidad y lo sabían. Su futuro, de cierta manera, siempre estuvo en vilo, por lo que el presente tenía más valor. En consecuencia, confiaban en sus gobiernos y conocían la importancia de enfrentar en colectivo las amenazas de la época. La solidaridad y la empatía eran la regla y no la excepción.

La actual pandemia es tan complicada porque simplemente no sabemos cómo reaccionar. Actuamos de forma individual ante un problema colectivo. Cada quien toma sus decisiones, cada quien cree que tiene las respuestas. Todo porque se nos inculcó el mito del eterno progreso y del individuo como forjador de su destino.

Ésta puede ser una oportunidad de repensarnos como individuos, como sociedad. Repensar nuestros amores, amistades, familias, qué tanto nos vemos en otros, qué tanto somos otros. Si bien estamos en medio de una pandemia, no estamos en la misma situación de Orán. En el mundo de Camus, “[l]a peste había quitado a todos la posibilidad de amor e incluso de amistad. Pues el amor exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes.” La mayoría de nosotros tiene porvenir, pero ese porvenir debe ser uno en donde regresemos a ese eterno presente, para recordar, como decía Paz, que “no soy, no hay yo, siempre somos nosotros… Los otros que me dan plena existencia”. Es una oportunidad para salir como humanidad de esto y no como meros individuos.

@MartinVivanco

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