AMLO ya plasmó su agenda para la elección del próximo año. La contienda estará marcada por una agenda iliberal por parte del oficialismo. Sería ingenuo pensar que esto no es tan grave o que no amerita pensar en clave de urgencia democrática. Me explico.

Es común confundir liberalismo con democracia, tendemos a pensar que todo régimen liberal es democrático y que toda democracia es liberal. Pensamos que la defensa de la libertad va de la mano con un régimen democrático, pero no necesariamente es así. Ambos conceptos responden a preguntas distintas. Ortega y Gasset lo ilustró bien: mientras la democracia responde a la pregunta: ¿quién gobierna?, el liberalismo interpela a la manera en que se ejerce el poder y, sobre todo, a los límites del poder, es decir, responde a otra pregunta: ¿cómo se gobierna? Por eso no es un oxímoron hablar de “democracias iliberales”, éstas sí existen.

A diferencia de una oligarquía o una monarquía donde gobiernan unos cuantos o una sola persona, en una democracia gobierna el pueblo. A esta forma de gobierno se le puede tildar de liberal siempre y cuando responda a cierto diseño institucional que limite y encauce al poder. Un régimen liberal será entonces el que cuente con una constitución plenamente normativa en la que se prevea un conjunto de instituciones que limiten al poder político. La razón no es difícil de entender: los liberales sospechamos del poder político, sabemos que su naturaleza es conservarse y aumentarse a costa incluso de las libertades fundamentales. También reconocemos que el principio de las mayorías puede oprimir a las minorías. Ante estos riesgos, optamos por un régimen en donde la propia estructura institucional limite al poder democrático mayoritario. Por eso creemos en el Estado de derecho, en la división de poderes, en la creación de tribunales y órganos autónomos.

En México tenemos un archipiélago de instituciones que abrevan del pozo liberal. Una Suprema Corte autónoma, un legislativo con facultades de vigilancia hacia el ejecutivo y una serie de Órganos Constitucionales Autónomos (OCA’S): INE, INAI, INEGI, etcétera. Todo este andamiaje liberal busca frenar los posibles abusos de poder por parte del poder ejecutivo, máximo representante del poder democrático.

Bien, pues AMLO aborrece al régimen liberal. No es casualidad que sea el foco de sus ataques durante todo lo que va del sexenio. Nada más en los últimos meses ha paralizado al INAI, intentado destruir al INE y hoy busca dinamitar la lógica contramayoritaria de la Corte al proponer que sus miembros se elijan por voto popular. AMLO va en contra de lo que huela a liberal, a cualquier regla, norma, límite o contrapeso al poder de la propia democracia plebiscitaria que él representa. Así, el presidente desfila junto a otros líderes iliberales del Orbe como: Trump, Orbán, Putín, Xi, Erdogan, Bukele, Modi. Ellos han seguido el mismo libreto: dinamitar las instituciones liberales para concentrar más y más poder. Los ejemplos de Orbán y Erdogan parecen el modelo funesto de AMLO: centralizan el sistema político en sus propias personas y partidos por medio de una desinstitucionalización y desconstitucionalización del gobierno, así eliminan toda posibilidad de alternancia y disidencia.

El problema es que una democracia iliberal es una operación suicida. Al quitar los frenos al poder democrático, éste tendrá la posibilidad de socavar sus propios fundamentos, de destruir la democracia misma. En palabras de Fukuyama: “las instituciones liberales protegen el proceso democrático al limitar el poder del ejecutivo; una vez minadas, la democracia misma es atacada. Los resultados electorales pueden manipularse a través de redistritaciones amañadas, reglas sobre quién puede votar o denuncias falsas de fraude. Los enemigos de la democracia garantizan su permanencia en el poder, a pesar de la voluntad del pueblo.”[1]

En México, sin exagerar, hoy estamos viviendo un proceso iliberal que alcanzará su punto decisivo en la elección del 2024. AMLO, sin tapujos, ya puso todas las cartas sobre la mesa: él no sólo escogerá a la candidata o candidato del oficialismo, sino que también dictará su agenda electoral. Lo dijo con todas sus letras: quiere ganar la mayoría calificada para enviar en diciembre del 2024 las reformas constitucionales que no ha podido pasar en estos años. Y esas reformas responden a una agenda profundamente iliberal. No es sólo la Corte la que estará en la boleta en el 2024, sino todo nuestro régimen de libertades. Sobre advertencia no hay engaño.

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