Salman Rushdie fue atacado en Nueva York hace unas horas. Antes de que las opiniones sobre este hecho reprobable se polaricen de manera irresponsable, recordemos cuánto trabajo costó que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamara el artículo 19 y lo defendiera desde entonces: "Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitaciones de fronteras, por cualquier medio de expresión":
Salman Rushdie es uno de los escritores vivos más libres y talentosos: desde antes que su carrera cobrara la enorme notoriedad internacional que lo acompaña desde 1989, su genio literario, su sentido del humor cervantino y el afán de desentrañar los mitos fundadores de las culturas en las que creció han marcado sus novelas y ensayos. Su imaginación y su inconfundible estilo literario sólo encuentran similar en el de otro gran narrador, el mismísimo Gabriel García Márquez: si el colombiano escribió "Cien años de soledad" saltando en el tiempo y el espacio y brincando de un punto de vista a otro de los Aurelianos Rivera, Rushdie contó, con la misma elegancia y riqueza de recursos cincuenta años de deshonra y embarazo en la nación que lo vio nacer, con un estilo que no le va a la zaga a Gabo. En "Vergüenza" e "Hijos de la medianoche" Rushdie señaló que la mayor obligación a que podría aspirar un escritor consiste en preguntarse por las palabras intraducibles y extraviadas de su tribu, a fin de mejor distinguirla y comprenderla; en sus novelas para niños hace una apasionada defensa de la imaginación ante el miedo y la tristeza y en "Joseph Anton" comparte su diario íntimo, escrito desde el momento en que fue decretada su muerte hasta el instante en que decidió vivir sin miedo y seguir escribiendo desde la libertad.
"Los versos satánicos" es una obra maestra que, además de mostrar la rocambolesca vida de dos de sus personajes más entrañables y adictivos, los actores indios Gibreel Farishta y Saladin Chamcha, Rushdie se atrevió a examinar y contar de forma novelesca las leyendas sobre el origen del Corán. Fue justamente ahí donde contó el enfrentamiento entre un joven poeta y a un asesino. Cuando este último secuestra al primero para matarlo, el narrador nos recuerda que "la misión del poeta es nombrar lo innombrable, denunciar el engaño, tomar partido, iniciar discusiones, dar forma al mundo e impedir que se duerma", y que desde el principio de los tiempos los hombres han usado como excusa a Dios "para justificar lo injustificable".
A diferencia de otras obras suyas en las cuales domina el sentido del humor, en los capítulos dedicados al profeta Mahoma dentro de "Los versos satánicos" en ningún momento Rushdie se mofó de esta religión ni de sus practicantes: se limitó a recoger leyendas sobre la creación del Corán y a ordenarlas y contarlas con recursos novelescos. A quienes se sintieron ofendidos y decretaron su muerte les bastó saber que el famoso capítulo dos de esta novela se atrevía a contar este hecho por todos bien conocido. En 1989 el Ayatollah Jomeini ordenó la muerte de Rushdie y a partir de entonces el escritor vivió 13 años en los que se vio obligado a vivir clandestinamente, debido a los múltiples intentos de atentado en su contra, por parte de extremistas de origen islámico. Su traductor al japonés fue asesinado y hubo atentados contra su editor al sueco; en Europa grupos radicales islamistas quemaron librerías que se atrevieron a vender la novela; en España fue necesario que todas las editoriales del país se atribuyeran la edición de la novela, a fin de hacer posible la publicación y defender dignamente la existencia del libro. Pero a pesar de estos hechos atroces, esta novela y el resto de la obra de Rushdie se siguen leyendo con enorme entusiasmo y admiración, pues la imaginación crítica de este autor anglo-indio, su talento novelesco y su habilidad para tocar los puntos centrales de una cultura nunca han perdido vigencia. Si alguien aún se pregunta por qué debería importarnos la vida de Salman Rushdie, piense por favor que su lucha por seguir vivo ha sido, también, una lucha constante por argumentar a favor de la libertad de pensamiento y creencias.
Antes de opinar sobre este tema, no deberíamos apresurarnos a concluir que hay algún gobierno que tiene el derecho de ordenar el asesinato de una persona por expresar sus ideas y su imaginación. En el mundo occidental nadie ha sido perseguido por publicar los Evangelios apócrifos, ni en Europa nadie fue amenazado de muerte por escribir El capital, aunque la libertad de expresión es golpeada de muchas otras maneras: basta constatar el número de periodistas asesinados en México mes con mes durante el último año. Permitir o aprobar la persecución de un pensamiento o de una novela equivale a permitir que se impongan los impulsos más brutales del ser humano. En una cobarde agresión armada, la pluma no es más fuerte que la espada, pero no permitamos que la censura y la barbarie desplacen al valor de las ideas y a la libertad para expresarlas.
Martín Solares es escritor y editor.