El futbol muere un poco junto a , el más grande de todos en el más grande de los deportes. Por esperado o anticipado que fuera el evento, sigue siendo trágico. Perdimos al hombre que anticipó el futuro y redefinió el juego en todas sus dimensiones, que a base de goles, regates y carisma presentó a Brasil al mundo.

Nunca antes una celebridad había estado tan expuesta al escrutinio público como Edson Arantes do Nascimento. Durante los últimos 65 años, cada detalle de su comportamiento ha sido exhaustivamente cubierto, debatido, criticado. El hombre, el padre, el marido, el cantante, el actor, el político, el embajador de Brasil, el amigo del poder, en todos estos papeles Pelé fue un producto de su tiempo. Los muchos veredictos sobre él han sido y seguirán siendo examinados o revisados, con más o con menos justicia.

Pero el Pelé fundamental, el Pelé que dio origen a todos los demás, éste no debe ser motivo de duda. Pelé, el futbolista, el que vino de otra dimensión para revolucionar el fútbol y establecer en todo el mundo la devoción por el juego, por la selección brasileña, por el Santos FC, por la camiseta número 10, éste es incontestable.

El 29 de diciembre de 2022, el día en que Pelé murió a los 82 años , será para siempre el día más triste de la historia del futbol. A partir de esta fecha, todos los que amamos este juego tenemos una misión que no podemos abandonar: evitar que Pelé y el fútbol mueran más; preservar su legado, no permitir que prospere la campaña para reducir sus logros en el campo.

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En un acto más de este juego indomable, Pelé solo murió después de ver, desde una cama de hospital en São Paulo, la consagración definitiva de Lionel Messi, que también se convirtió en sinónimo de fútbol. La epopeya de Doha hace que sea tentador poner a Messi en lo más alto, tal vez hasta haya algo de justicia en eso, quién sabe, el fútbol no se apega a esos detalles. El fútbol felizmente permite el politeísmo. Pero Pelé lo hizo antes, lo hizo mejor, lo hizo más veces, lo hizo en condiciones más difíciles.

Y, fundamentalmente, lo hizo todo frente a menos cámaras. Toda su habilidad, potencia, gracia y fuerza se producían en estadios sin pantallas, mostrados con menos frecuencia, en televisores más pequeños, con menos colores, en un fútbol global todavía desorganizado –del que Pelé sería pionero. Las excursiones en las cuales el Santos y la Selección Brasileña recorrían el planeta eran el equivalente de la Liga de Campeones de hoy: una forma de reunir a los mejores jugadores del mundo. Nuestro deber es recordar siempre que marcar tres o cuatro goles en un amistoso en Europa contra el Milán, el Barcelona o el Manchester United en los años 1960 era algo más difícil y más relevante que marcar contra el Ludogorets, el Apoel o el Girona en los años 2000.

No fueron sólo los amistosos, por supuesto. El periodista escocés Andrew Downie, autor de un libro fundamental sobre la Copa del Mundo de 1970, analizó los números del Rey. “En todos los años hasta 1966, cuando fue literalmente expulsado a patadas del Mundial de Inglaterra, Pelé promedió más de un gol por partido en partidos oficiales. Entre 1962 y 1963, jugó 11 torneos oficiales y ganó 10, incluido el Mundial, dos veces el Mundial de Clubes, dos veces Copa Libertadores y dos veces la Copa Brasil. Todo esto tras haber marcado seis goles en cuatro partidos en el Mundial de 1958, con 17 años. Todo esto mucho antes del Mundial en México, entendido por el mundo (incorrectamente, pero comprensiblemente) como el pico de su carrera.

Hoy Pelé sería disputado por oligarcas rusos, magnates estadounidenses y monarquías del Medio Oriente. Desfilaría a través de nuestros televisores todos los miércoles por la tarde y todos los domingos por la mañana. Sería preparado y recuperado por científicos y máquinas que no existían en su tiempo. Estaría protegido por los árbitros; sufriría y convertiría en goles todos los penaltis detectados por el VAR. Pelé inventó el juego moderno sin tener más herramientas a su disposición que su propio talento, su propia determinación y compañeros que su presencia inspiraba y transformaba en mejores jugadores.

Como si eso no fuera suficiente, era un ganador hambriento, para quien la derrota era un destino inaceptable. Le debemos a Pelé la evolución del juego y la explosión de interés en el juego. Lionel Messi y Kylian Mbappé , que nos maravillaron en la final del Mundial de Qatar, eran y son inevitables, como también serán sus sucesores, productos acabados de un ambiente diseñado para explotar sus talentos con lindos uniformes en campos perfectos y repetir sus goles y regates desde mil ángulos diferentes, todo el tiempo, en pantallas de todos los tamaños. Este mundo solo existe porque existió Pelé.

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