Las transformaciones siempre han significado revisión y/o reafirmación de la historia y la cultura de los pueblos. Recientemente se ha abierto un debate sobre la llegada de los europeos al Continente Americano y sobre el capítulo sangriento de La Conquista.
La llegada de Hernán Cortés significó, de acuerdo a los historiadores, la muerte del 80% de la población de Mesoamérica pero también la destrucción de su cultura y religión.
La Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún, nos muestra cómo se vivió una demolición de los valores vigentes. Los festejos del Día de Muertos son un ejemplo de esto. Las antiguas deidades mexicas como Mictlantecuhtli fueron catalogados como demonios, y conceptos sagrados en la concepción religiosa indígena, como el Mictlán, se convirtieron en el infierno. Por la fuerza de las armas lo “bueno” se convirtió en “malo” y, por tanto, en objeto de persecución y escarnio.
Cayeron los templos, murieron los dioses, los sabios y sus saberes fueron perseguidos. Del asedio no escaparon ni los perros, que junto con sus dueños, tuvieron que refugiarse en las montañas, porque el xoloitzcuintle, también conocido en la actualidad como perro pelón mexicano, era animal asociado a la concepción religiosa mexica.
De acuerdo a Fray Bernardino, los perros estaban íntimamente ligados a la festividad de Día de Muertos, pues al llegar al Mictlán los difuntos eran auxiliados por canes a cruzar el río “Chiconahuapan” que era el último obstáculo para llegar a su morada final.
Por otra parte, a estos animales se les asocia con Xólotl, el gemelo divino de Quetzalcóatl. Hay leyendas que cuentan que este perro fue hecho por Xólotl a partir de una astilla del hueso de la vida y lo regaló a las personas. Por eso la crianza y cuidado de los perros tenía un carácter sagrado entre los antiguos mexicanos. Acabar con el xoloitzcuintle significaba matar la concepción del mundo de los pueblos prehispánicos.
Sin embargo, eso no ocurrió del todo. Los antiguos mexicanos encontraron la forma de resistir, a veces escondiendo a sus dioses en los templos católicos, a veces asociando a las viejas deidades con los santos europeos, creando así un sincretismo religioso que permanece hasta nuestros días. El Día de Muertos es un ejemplo de esto.
Mientras, el xoloitzcuintle logró sobrevivir refugiado en las montañas cumpliendo su viejo papel de compañero en vida y muerte de los indígenas. Su regreso al territorio de lo que fue conocido como Tenochtitlán estuvo marcado por la Revolución Mexicana y fue de la mano de los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera, durante el cardenismo, época en la que hubo una recuperación del orgullo por la grandeza de la cultura popular mexicana como símbolo de la identidad nacional.
En el rescate del xoloitzcuintle también tuvo que ver Dolores Olmedo en cuya casa hoy convertida en museo habitan hasta nuestros días algunos majestuosos ejemplares de estos perros.
Para los mexicanos el xolo, como se le conoce comúnmente, es algo más que una mascota. Es emblema de identidad, cultura, resistencia, revolución y transformación. Por esa razón es que se ha aprobado en el Senado de la República un exhorto a las autoridades de la Ciudad de México para que este animal sea catalogado como patrimonio y símbolo de esta capital, la antigua Tenochtitlán donde los xolos fueron parte notable de una cultura que se mantiene viva hasta nuestros días.
Senador de la República