Con la reciente devastación que trajo el huracán Otis, y su continuada cauda de daños y desarticulación, se vuelve apremiante hacer efectivo el interés superior de la niñez.
El artículo Cuarto constitucional es muy claro para expresar qué significa “interés superior”: En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral. Esto debiera ser así, constante y cotidianamente, pero con mayor razón y rigurosa observancia debe cumplirse en casos de emergencia. Si hay bienes escasos a repartir, les tocan en primer lugar; si hay servicios con alcance limitado, en condiciones de igual necesidad, tienen prioridad, prelación… niñas y niños van primero.
Es una obviedad jurídica y de perspectiva de derechos, pero en la práctica el interés superior se va haciendo borroso, se vuelve relativo, se invisibiliza. Consideremos que, en el plan del gobierno federal para la atención integral, se establece en el punto 4 que las becas se ampliarán en 45 mil más en su cobertura de alumnos de educación básica. Para los jóvenes, la posibilidad de 10 mil nuevas becas en un proyecto de inclusión, Jóvenes Construyendo el Futuro. No hay mención específica de nutrición, vacunación, sistemas de protección, reactivación escolar en fases.
Un principio de actuación en México, como protocolo de Protección Civil ante fenómenos de desastre natural, es que se habiliten espacios educativos como refugios. Se entiende, en el sentido de que en muchas ocasiones los edificios de los planteles son las construcciones más firmes de una localidad, especialmente de las zonas menos favorecidas por el desarrollo económico, y porque el grueso de la población las identifica como parte de su contexto diario. Así, se designaron 19 de los 22 refugios temporales de Acapulco en planteles de educación obligatoria.
Sin embargo, al paso de los días, se vuelve imperativo transitar a otras alternativas. Por un lado, las escuelas pueden ser refugio para guarecerse, pero no son adecuadas para funcionar como albergues. En efecto, pueden tener espacio en los salones, patios y pasillos -con toda la incomodidad de la adaptación de emergencia- para fungir como dormitorios improvisados, pero no tienen cortinas y sólo una puerta para desalojo; lavamanos y sanitarios están pensados para un uso temporal y acotado, y no hay lugar para bañarse y rara vez cocina o comedor. Si la escuela se usa como albergue, pronto estará rebasada y puede ser foco de disgusto, inseguridad sanitaria, tensión. Pero además, claramente niñas y niños que la tienen como espacio educativo se ven privados de la oportunidad regular y prevista de su asistencia.
Los reportes de escuelas que están en este momento impedidas para abrir en el corto plazo va fluyendo, como es comprensible, como un trabajo en proceso. De hecho, recordemos que la experiencia con los terremotos llevó a la regla de que el oficio que confirma una revisión de seguridad estructural no fuese ejecutada, ni por las familias, ni por los docentes o directivos, o por un funcionario de educación con una preparación más bien administrativa o pedagógica, sino por un residente de obra. Las fracturas, humedecimientos, la caída de azoteas de salones o de techumbres en patios, la seguridad de puertas y ventanas, la red eléctrica ya funcional y no humedecida o en corto… no es simplemente limpiar y remover escombros, sino garantizar un espacio seguro, sin accidentes qué lamentar por la imprevisión.
El refugio que sí debe ser la escuela es el de servir de espacio de encuentro, de identificación, de contención. Urge abrir las escuelas, pero antes y más importante que para seguir con la programación de matemáticas -o, como se apunta en el nuevo plan de estudio, de “Múltiples Lenguajes”-, abrir para el desarrollo socioemocional Y no se puede abrir de cualquier modo: se requiere que antes los propios docentes, las maestras y maestros cuenten a su vez con las condiciones de calma y confianza requeridas para ofrecer serenidad y recuperación de sentido a sus alumnos. En eso vamos a trabajar como Save the Children; pero en el interés superior todas y todos, especialmente las autoridades, estamos obligados a ofrecer verdadero refugio.