Diputados del PRI y diputados del PAN, por separado, están de acuerdo en que se debería contar con la figura del vicepresidente. Así lo han formalizado en iniciativas de reformas constitucionales, de dudoso éxito, que han presentado al Congreso. Se antoja más un desplante mediático que un proyecto serio de reforma constitucional que exigiría una labor previa de trabajos académico y político que permitiera avizorar buenos resultados. La iniciativa de los diputados del PRI, bajo el rubro reforma electoral, es un cajón de sastre en que cabe todo lo imaginable.
Amplia en su contenido temático, llama la atención el interés del PRI, manifestado por primera vez en su nonagenaria vida a favor de establecer la vicepresidencia en México. Se trata de un debate innecesario, pues el sistema político mexicano no está para experimentar algo que históricamente probó su desventaja e ineficiencia. El eje del sistema político mexicano ha sido la fortaleza del presidencialismo, desde que don Benito Juárez le ganó la partida al Legislativo.
Si lo que se pretende es moderar el poder presidencial, la vía podría ser el cambio del régimen presidencialista a un régimen parlamentario, lo que lleva años de discusiones en la academia y en el café político. Esto podría ser una verdadera revolución, no la supuesta transformación 4T que después de cuatro años nadie, ni AMLO que la propuso, sabe en qué consiste.
Los diputados del PAN y del PRI que presentaron las reformas creen que la vicepresidencia daría estabilidad y consistencia al sistema político mexicano. Esta ilusión es probable que sea provocada por el espejismo que provoca en algunos el sistema norteamericano. Una fantasía, pues en EU la vicepresidencia es una rémora de la cual no han podido desprenderse.
La Constitución original de ese país estableció que el resultado de las elecciones determinaría quién ocuparía la presidencia, pero también la vicepresidencia que ocuparía el perdedor. El Presidente tendría que gobernar con su rival. El constituyente estadounidense se dio cuenta del disparate y modificó la Constitución para que presidente y vicepresidente fueran en la misma fórmula y boleta electoral. Haciendo una extrapolación imaginemos lo que hubiera sucedido si el presidente Felipe Calderón hubiera tenido que gobernar con el vicepresidente López Obrador.
Lyndon B. Johnson se quejaba de haber accedido a la presidencia por la vía del asesinato de Kennedy. Se quejó así: “Para millones de americanos sigo siendo un ilegítimo, un pretendiente al trono, un usurpador legal”. Truman que accedió por la muerte de Roosevelt decía que la vicepresidencia era tan importante como la quinta teta de una vaca. Más cerca de nosotros, el vicepresidente Mike Pence, al ser escogido por Trump para que lo acompañara como vicepresidente, generó el festejo de los republicanos por dejar el gobierno de ese Estado. Pence, presidente del Congreso, la única facultad que le otorga la Constitución al vicepresidente, aunque no le permiten votar, tuvo que salir corriendo del Capitolio, cuando las hordas que invadieron el recinto gritaban “Cuelguen a Mike Pence”.
El cargo está marcado por la desgracia. Puede ser lo más relevante, pero para que eso suceda debe sobrevenir la muerte o la falta del presidente. El vicepresidente es un bateador emergente siniestro que sueña con que sobrevenga el sueño eterno del presidente. En México, la vicepresidencia ha sido un desastre. Tanto así que el último vicepresidente fue José María Pino Suárez, asesinado junto al presidente Madero. Pocos han pensado en restaurar la vicepresidencia, hasta ahora que lo hacen los diputados del PAN y del PRI, extrañamente habiendo tanto que legislar.