La pandemia no es responsabilidad del gobierno, lo que sí, es el manejo de la misma. En tal tarea la vacunación es la pieza central, por ello la 4T juega su futuro histórico en este resultado. Lamentablemente para México todo apunta a otro descalabro. Como van las cosas es altamente probable que el Tren Maya, el suspendido Tren Transístmico, el Aeropuerto de Santa Lucía, la Refinería de Dos Bocas, y los millones de arbolitos que se iban a plantar por todo el país, se conviertan en el aeropuerto de Peña Nieto. Si al término del sexenio alguno de estos proyectos tuviera éxito, resultaría insignificante ante el reto de vacunar a la población contra el Covid-19.
La única respuesta que existe para detener a la pandemia es la vacunación masiva. Uno de los logros científicos de los últimos tiempos —casi épico— ha sido el descubrimiento de las vacunas antiCovid. No obstante, una cosa es descubrir la vacuna; otra distinta producirla masivamente; otra adquirirla y otra igualmente compleja: distribuirla, conservarla y aplicarla de manera oportuna, equitativa, igualitaria, sin sesgos ideológicos, ni políticos. Nunca más cierto el apotegma de la Organización Mundial de la Salud: “En esta carrera para que uno pueda ganar, todos tienen que ganar”.
México tuvo en su historial sanitario un galardón en materia de vacunación. Los epidemiólogos mexicanos, los más notables ahora relegados al ostracismo por la 4T, fueron un referente mundial en el diseño, planeación, operación y puesta en práctica eficiente de semanas de vacunación, en que la población participaba con el personal médico y con el sector educativo en la prevención masiva de enfermedades.
Durante la gestión del Dr. Jesús Kumate se puso en marcha el Programa de Vacunación Universal (PVU) que recogió decenios de experiencia mexicana en la vacunación contra enfermedades como poliomielitis, difteria, tosferina tétanos, H Influenza, rotavirus, BCG tuberculosis y otras tantas. Entonces había que vacunar anualmente a 2.2 millones de recién nacidos, lo que se lograba gracias a una excelente planeación epidemiológica. México era un referente mundial en vacunación. A la fecha se han vacunado más mexicanos en EU que en el mismo México.
Es cierto como lo planteó Juan Ramón de la Fuente, otro diestro secretario de salud: “no caben nacionalismos en la lucha contra el virus”. No obstante, las reacciones en el mundo contradicen este desiderátum. En Europa hay una lucha entre Gran Bretaña y la Unión Europea alrededor de la disposición de los reactivos. Por otra parte, ingleses y rusos tuvieron un diferendo diplomático alrededor de las bondades o dificultades de la vacuna Sputnik.
La Unión Europea impuso sanciones arancelarias —la práctica que tanto se le criticó a Trump— a la vacuna AstraZeneca por favorecer el mercado inglés. AstraZeneca se conoce como “la inglesa”, por su conexión con la Universidad de Oxford, mientras que los alemanes consideran a la de Pfizer como "la alemana", desarrollada en Mainz. Alemanes e ingleses debaten cual es la mejor, pero pueden escoger. Esta opción no existe en México donde se ha planteado el problema con información contradictoria, inconsistente y en casos francamente mentirosa. Solo recordar la declaración de que las vacunas destinadas a México irían a “países más pobres”, desmentida por la OMS.
La inmunización reduce la propagación de enfermedades infecciosas. Para evitar más contagios y muertes el gobierno tiene la obligación de vacunar a la mayor brevedad. El costo es menor al de seguir en la espiral de la muerte.
México tiene el tamaño, los recursos y la experiencia para enfrentar el problema. Si el dinero no alcanza existe el crédito público. Menos grave que la deuda financiera sería la deuda moral que viene contrayendo la 4T. Vacunar es la gran herramienta de la salud pública. Corresponde originalmente al gobierno, pero los sectores privado y académico juegan un papel accesorio, pero fundamental. Dejarlos fuera sería otro grave error, politizar el programa de vacunación una canallada.
Ex Oficial Mayor de la SSA