Termina otro año con el país profundamente dividido sin que se vea posible reconciliación. Las culpas son algo irrelevantes, pero la necesidad de un arreglo es prioridad nacional. La república necesita antes que una transformación un ejercicio de avenencia entre los mexicanos.

No se llegará a ningún lado con la sectaria 4T, conocida como las tribus unificadas de México, que no saben qué hacer con el país. Tampoco pueden conciliar los de la parroquia de enfrente, los etiquetados despectivamente como conservadores, aunque no todos lo sean. No tienen las herramientas para sentar las bases de un arreglo que comprenda e interese al país en su conjunto.

El saludable humor popular ante la política ha desaparecido para dar paso a un agrio ambiente de enfrentamiento y enojo. Como si hubiera llegado el quitarrisa nacional. Atrás quedó la tradición construida desde las páginas del Hijo del Ahuizote, las que al impulso de los Flores Magón apuntalaron la revolución, o las carpas de Resortes cuando México asomaba a la modernidad. La alegría festiva se volvió triste depresión de la república.

El país vive un clima de enojo y odio generalizados. Exactamente al revés del mandamiento cristiano (Juan 13:34-35): “Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros”, en México se odian los unos a los otros. La 4T no resiste la menor crítica y actúa como si fuera la única expresión de la verdad, así tenga que mentir para lograrlo.

El odio es un mal consejero. Ya Maquiavelo advertía: “Entre las cosas que un príncipe se debe guardar están el desprecio y el odio”. Más contundente todavía cuando sentenció: “un príncipe no debe dar mucha importancia a las conjuraciones si goza del cariño del pueblo, pero si el pueblo está en su contra y le odia entonces debe temer a todo y a todos”. AMLO no es príncipe, pero es objeto de desprecio y odio de un segmento muy considerable de la población.

El gobierno en turno debe aceptar que si el presidente tiene aceptación mayoritaria, también existe en la fracción restante de la población (40%), desprecio y odio generalizados, lo que no es buena noticia para AMLO, pero tampoco para México. El país no merece un presidente odiado por millones, al que se le falta el respeto cotidianamente y se le desea la desventura.

La política es un juego en que todos deben participar. Es acontecer público del que toman parte hasta quienes creen no tener algo que ver. Si hay vida en sociedad, hay necesidad de la política. Una definición aceptada de la política es que es el arte de negociación para conciliar intereses.

Casi la mitad del país no tiene interés en saber cómo van los extraños proyectos del gobierno, pero lo cierto es que cada día al despertar millones se preguntan cuál es la ocurrencia del día, qué lindura presidencial acrecentará la zozobra nacional. Cada día que pasa lleva algo de alivio porque es un día menos de AMLO en Palacio.

El presidente tendrá que cambiar su narrativa y darse cuenta de que los tres años que lleva su política han erosionado la ilusión del país. La esperanza es algo que a ningún pueblo se le puede negar. Sin conciliación no habrá transformación posible.

Amigos lectores: Feliz 2022.

Profesor de la UNAM.
@DrMarioMelgarA