Cuando hay un vacío de poder, el mismo poder se encarga de ocuparlo. Parecería difícil llenar el que dejó Ruth Bader Ginsburg en el alma de Estados Unidos. No obstante, si ganan los demócratas en noviembre, otra mujer estaría llamada a ser la más influyente de ese país. Se llama Kamala Harris, es de las pocas visibles debido a la perniciosa sombra que ejerce Trump sobre las mujeres que brillan. Ella podría ser la vicepresidenta y tal vez, la presidenta de EU.
Los vicepresidentes en Estados Unidos no sirven para casi nada. Tienen una función decorativa, a menos que ocurra el riesgo para ellos previsto. Por ello, los únicos vicepresidentes que han pasado la historia son: Harry Truman, que sustituyó a Roosevelt, Johnson a Kennedy, ambos por muerte del presidente. Hasta el inefable Ford a Nixon, debido a su renuncia. Kamala Harris podría eventualmente sustituir a Biden, pero primero hay que ganar la elección. Si la falta de Biden no ocurre en su gestión, Kamala estaría en el arrancadero en 2024, Biden tendría entonces 83 años, muchos para gobernar.
Conforme a la Constitución de EU el vicepresidente funge como presidente del Senado, lo que no deja de ser una excentricidad. Que el miembro de un poder presida el órgano de otro choca con el principio de la división de poderes. Como preside el Senado, pero no vota, es meramente decorativo, podría desempatar una votación. Si quiere hablar tiene que pedir permiso. Unas facultades precarias. No obstante, de llegar Kamala las cosas van a cambiar. Ella es un fenómeno político.
Es la segunda mujer afroamericana y la primera surasiática americana en la historia del Senado. La madre india, el padre jamaiquino, ambos académicos, todo indicaba que sus padres seguirían la ruta del imperio británico. Pero decidieron por el otro imperio, el estadounidense, ahora ante el descrédito mundial.
Kamala tiene un notable sex-appeal político más allá del pegajoso nombre. Como abogada, egresada de la Universidad de California, incursionó en la procuración de justicia. Uno de sus logros es haber iniciado un programa para que los primodelincuentes obtuvieran sus certificados de preparatoria y obtener un trabajo distinto a los que lo hicieron delinquir como fue la comisión de delitos contra la salud.
Los conservadores en Estados Unidos, muy distintos de lo que ahora en México se institucionalizó como la conservaduría, han iniciado una campaña para preocupar al electorado con la advertencia de que si votan demócrata, elegirán a socialistas que vulnerarán su sistema. Nada de eso ha mostrado Kamala en su carrera. Ella es, como hubiera dicho López Mateos, de atinada izquierda. Muy distinta a Pence, el pusilánime vicepresidente, caracterizado por su sumisión y temor reverencial a Trump al grado que es el ejemplo perfecto del “yes man”.
Kamala fue durísima con Biden en los debates, no tiene miedo. De ganar el presidente va a tener en Kamala la voz de su conciencia. Consciente de su papel como afroamericana e hindú, no exagerará ni enarbolará posiciones irreductibles, sustentadas en la demagogia racial o de género.
En los tiempos que corren es una peregrina idea pensar que las políticas públicas, los programas de gobierno o la ideología deciden las elecciones. Ahora lo que cuenta en las urnas es la imagen, la personalidad, las historias personales de éxito, las posiciones políticas y afortunadamente en este caso el sexo. Refresca que sea una mujer ya la primera posible vicepresidenta de EU.
Sería una buena noticia para México, si a semejanza de lo que Obama hizo con Biden al encargarle atención a nuestro país, Biden le encomienda estos asuntos a quien en su gestión de procuradora tuvo un notable desempeño en la persecución de delincuentes dedicados al tráfico de armas, drogas y abuso humanitario, todo esto cercano a México.
En esta elección se juegan muchas cosas que afectarán a Estados Unidos y al mundo. El resultado influirá en México. Otros cuatro años en el ácido, campeando los caprichos y complejos de Trump o iniciando una nueva época de institucionalidad y respeto.