La UNAM es el alma de México. Quien la conduce es el jefe nato de la institución académica más importante de Latinoamérica. Dicen que es tan importante como una Secretaría de Estado, pero no existe comparación. No es un Estado dentro del Estado, ni una república independiente como Texas. No es la república del conocimiento, como creen algunos unamitas. Es un organismo descentralizado del Estado, una corporación pública con fines de la más alta importancia y nivel, pero parte del Estado mexicano.

La autonomía para la UNAM es esencial para su desarrollo, como lo es la independencia para el poder judicial. Son dos cosas diferentes: la UNAM es autónoma, pero no independiente como debe ser el marco donde actúan los jueces. Está sujeta a una vieja ley (1945) que se invoca cada vez que hay cambio de la cabeza universitaria. Unos para que no se le toque ni una coma, otros para que se sustituya para convertir a la Universidad en una asamblea popular que marque su destino a mano alzada.

Hay un principio intocable en la Ley Orgánica: El papel de la Junta de Gobierno como la instancia que decide quien regirá los destinos universitarios cada cuatro años. La Junta ha comprobado su eficacia política y ha preservado a la institución de la obcecación partidista de quienes la quisieran apéndice del gobierno.

Dos ejemplos de disposiciones obsoletas que no se han actualizado tocar por el temor a modificar el poder universitario de la Junta de Gobierno. La edad máxima (70 años) para ser rector o rectora. Algo indiscutible entonces, ahora a 78 años de distancia es un sin sentido. Otro igual de vetusto el requisito de ser mexicano por nacimiento. Vale tanto quien nació aquí, como quien decidió convertirse en mexicano. Un número muy importante de universitarios quedaron fuera de participar en el actual proceso de designación de rector por tener más de 70 años, otros por no ser mexicanos por nacimiento. Lo mismo ocurre con los directores de facultades, escuelas o institutos

La Junta de Gobierno decidirá a quien corresponde encabezar a la institución encargada de preservar el alma nacional. Quien resulte electa o electo ocupará el sitial de personajes admirables: Mario de la Cueva, Salvador Zubirán, Ignacio Chávez, Javier Barros Sierra, Guillermo Soberón, José Sarukhán y Juan Ramón de la Fuente.

Los universitarios tenemos el deber de mostrar nuestras preferencias a la Junta de Gobierno de manera que lo haré con un previo pronunciamiento. Si fuera por disciplina diría que debe ser el director de mi Facultad de Derecho; si fuera por el programa que ha presentado me parece que el de Ambrosio Velasco es por mucho el más innovador e imaginativo, diría excelso. La inclusión de Imanol Ordorica en la lista de aspirantes registrados acredita el proceso, se trata de un universitario cercano a la 4T, no por ello sin merecimientos académicos y políticos. Como debo pronunciarme, estimo que lo mejor para la UNAM sería, como me convenció un universitario muy destacado, exmiembro de la Junta de Gobierno, que alguna de las doctoras Guadalupe Valencia, actual Coordinadora de Humanidades o Patricia Dávila sea quien conduzca a la institución.

Quien sea electa o electo seguirá después de tres médicos que han ocupado la rectoría durante 24 años. Juan Ramón de la Fuente, el primero, resolvió magistralmente una grave crisis política y dio un gran aire a la UNAM con una gestión admirable. Su sucesor, José Narro, perdió la figura al convertirse de rector en matraquero de un partido político. El doctor Enrique Graue tuvo un buen desempeño, empañado por un solo asunto: el de los plagios de una ministra de la Corte y de una candidata a la Presidencia, vergüenzas nacionales. Tan sencillo que hubiera sido cancelar los títulos mal habidos.

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