La decisión de Arturo Zaldívar de renunciar al cargo de ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación reviste varias facetas menos la de la sorpresa. Desde aquel fallido y equivocado intento por ampliar su encargo como presidente de la Suprema Corte, dos años más, para acompañar al presidente López Obrador en el tramo final de su encargo, desafiando al pleno del tribunal que lo votó para un encargo de 4 años, como dice la Constitución, era de esperarse que ya no había lugar para él. No hay asombro en su renuncia lo que hay es violación del orden jurídico.
Zaldívar vivía una enrarecida relación personal con sus compañeros y compañeras ministros en las sesiones de sala y plenarias. Su papel, nunca desmentido, como personero del presidente, con un perfil, temperamento y egolatría de tal tamaño que le volvió insoportable regresar al sitial como ministro, después de haber presidido el órgano jurisdiccional. De manera que no hubo sorpresa alguna, estaba cantado desde que no pudo prolongar su mandato dos años más, en una jugada contra el texto expreso de la Constitución, caso de estudio en las lecciones de Derecho Constitucional que se imparten en las escuelas de derecho mexicanas y en algunas de habla hispana.
Solamente que las renuncias de los ministros y ministras a la Suprema Corte no están sujetas a la voluntad lisa y llana del renunciante. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece en su artículo 98 algo que el ministro Zaldívar conoce a la perfección, por eso es inexplicable, lamentable y vergonzosas las razones que aduce para renunciar: “Las renuncias de los Ministros a la Suprema Corte de Justicia solamente procederán por causas graves, serán sometidas al Ejecutivo, y si éste las acepta, las enviará para su aprobación al Senado”.
En el anuncio de su renuncia no aduce otra causa que su interés por sumarse al proyecto del presidente López Obrador para “seguir sirviendo a mi país en la consolidación de la transformación de un México más justo y más igualitario, en el que sean prioridad quienes menos tienen y más lo necesitan.” ¿Será?
Zaldívar da idea de que ya se había cansado de estar en la Corte. Siendo un lugar tan endogámico, resultaba proverbial ver al ministro algo aburrido, harto de sus compañeros y compañeras ministras a quienes no en pocas ocasiones criticaba duramente por no compartir su preferencia política.
Sus aportaciones, declaró, se habían vuelto marginales, ya no había lugar en Pino Suárez número 2. Le pareció más redituable el edificio contiguo donde habita el presidente y es el Palacio Nacional, a donde le gustaría seguramente llegar, en algún momento, como inquilino.
Por lo pronto ya se anunció su incorporación al equipo de campaña de Claudia Sheinbaum, sin siquiera esperar el trámite previsto por la Constitución. El presidente y el Senado tendrían que determinar que efectivamente hay una causa grave para renunciar al elevado cargo, lo cual ya está asegurado por que lamentablemente en este México, como si fuera póker, Política mata Constitución.
El cargo al que renunció Zaldívar debería ser para un abogado, por su esencia profesional, irrenunciable, a menos que exista causa grave, como exige la Constitución.
Exconsejero fundador del Consejo de la Judicatura Federal