A la memoria de Sergio García Ramírez, mexicano excepcional
El acontecimiento de 2024 será para México la elección presidencial y la del Congreso General, además del cúmulo de elecciones para gobernador, para congresos locales y para cargos municipales. No es previsible que las encuestas vayan a diferir mucho de lo que viene marcando una tendencia. Todo indica que Morena ganará la presidencia y los gobiernos estatales. La incógnita serán las cámaras de diputados y senadores que tendrán una importancia inusitada en la historia política.
Como el Presidente viene jugando como si fuera póker abierto, para nadie es sorpresa que quiera someter al Poder Judicial de la Federación a sus designios, por lo que el Congreso decidirá si las reformas judicial y electoral siguen adelante, además si desparecerán los organismos autónomos que tan incomodos le han parecido al presidente.
Este intento de sometimiento del poder judicial parece ser una cortina de humo para distraer el interés en asuntos todavía más candentes, la agobiante inseguridad nacional. Más inquietante todavía es que a unas semanas de que empiecen las campañas políticas, si bien hay ruido en las redes sociales, como escribió Shakespeare (Much Ado About Nothing) hay pocas nueces, nadie sabe bien dónde anda la oposición y cuando algo se sabe sería mejor no enterarse. Lo último es el pleito entre PAN-PRI en Coahuila, donde salió a relucir que la oposición negocia vergonzosamente en sus acuerdos notarías públicas y hasta la ratificación de un funcionario judicial.
A pesar de la lista de otrora notables que se sumaron al equipo de Xóchitl Gálvez (José Ángel Gurría, Enrique de la Madrid, Ildefonso Guajardo, Fernando Gómez Mont, Carlos Urzúa) no se ven estrategia, ni programas, ni plan, ni líneas de acción. Lo evidente es una inacabable retahíla de insultos al presidente y quejumbres lacrimosos. No es buena política la descalificación sistemática del adversario, porque los opositores no deben actuar como enemigos ni el gobierno debe tratar a las minorías como traidores.
Más grave todavía es que la crispación política se alimente, por ejemplo, con los expresiones de personajes que por su investidura eclesiástica debieron abstenerse de involucrarse institucionalmente en el debate político, con todo y sotana, sin mostrar la mínima responsabilidad jurídica y moral a la que la ley los obliga.
La Constitución Política es inequívoca al respecto: “Los ministros (sacerdotes) no podrán asociarse con fines políticos ni realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna. Tampoco podrán en reunión pública, en actos del culto o de propaganda religiosa, ni en publicaciones de carácter religioso, oponerse a las leyes del país o a sus instituciones, ni agraviar, de cualquier forma, los símbolos patrios.” (Artículo 130)
Recientemente y cada vez con mayor insistencia, opositores circulan por la red expresiones de ministros de los cultos, alguno de muy alto rango, como las del cardenal Juan Sandoval (el mismo que sugirió curarse el Covid con té de guayaba) que desde hace tres años advirtió a sus fieles que ya está por llegar el comunismo, o la airada del prelado Mario Ángel Flores que de plano acusa al gobierno de cometer delitos, sin pruebas, al imputarle haber creado cear un instituto para devolver al pueblo lo robado y “se roban lo robado”.
México resolvió hace decenios casi satisfactoriamente la separación iglesia-Estado, no conviene alentar la entrada en escena del clero político.