Así como Ángela Merkel representa mundialmente el éxito de la mujer en la política, Kamala Harris es en EU la desilusión del empoderamiento femenino. Más allá de las esperanzas que había generado ser considerada la sucesora del presidente Biden; haber personalizado la fortaleza del Partido Demócrata; ser bastión de los afroamericanos, Kamala se convirtió en la estrella polar de la igualdad de los sexos. No obstante, su errático desempeño la volvió un lastre para la de por si pesada carga que enfrentan los demócratas.
La aceptación de la vicepresidenta es menor (40%) que la del presidente (42%). Los Angeles Times publicó que los datos de aceptación de Kamala son peores que los de los vicepresidentes Biden, Al Gore, Dick Cheney, hasta inferior a Pence. Su desempeño destaca por desaciertos, tropezones y falta de empatía. Entre contradicciones, falta de protagonismo y el embate implacable de los republicanos, lleva además en contra el machismo estadounidense que niega la valía femenil; el soterrado racismo que no han podido erradicar y el extraño papel que corresponde desempeñar a los vicepresidentes.
Se ha dicho que su impopularidad deriva del hecho de ser mujer. Algo hay de eso. La ratio de apoyo de los hombres a Kamala es 18% menor que la de las mujeres. Se ha dicho también (Amanda Mars, El País) que es objeto constante de los ataques más sexistas, no solo en las redes sociales sino en la televisión conservadora. Existe en el ambiente estadounidense la nube racista que cubre a las personas negras que suben al estrellato. No obstante, el sexo femenino y su raza negra, y hasta tener que lidiar con el insalvable problema de la migración, no son definitivos. La mejor explicación de su impopularidad está en ser vicepresidenta.
El cargo puede tener la mayor relevancia imaginable, a un escalón de la oficina más importante del mundo, solamente que para que eso ocurra, debe darse una desgracia irreparable como la muerte del presidente. Mientras tanto los vicepresidentes son una mera expectativa de convertirse en presidentes, lo que probablemente no sucederá. Lyndon B. Johnson, que accedió a la presidencia tras el asesinato de Kennedy, se quejaba diciendo que para “millones de americanos seguía siendo un ilegítimo, un pretendiente al trono, un usurpador legal”. Truman, que accedió a la presidencia por la muerte de Roosevelt, decía que la vicepresidencia era tan importante como la quinta teta de una vaca. Nelson Rockefeller, que desempeñó el cargo, la describía diciendo: “Voy a funerales, voy a terremotos”.
En México, la Constitución de 1917 canceló la vicepresidencia. En los últimos gobiernos han aparecido personajes de tal manera influyentes que se han convertido en vicepresidentes virtuales. No por la expectativa de volverse sustitutos presidenciales, sino por la influencia que en su momento ejercieron. Carlos Salinas con Miguel de la Madrid, Joseph Marie Córdoba con Carlos Salinas, Liébano Sáenz con Ernesto Zedillo, Martha Sahagún con Vicente Fox, el malogrado Juan Camilo Mouriño con Felipe Calderón, Luis Videgaray con Peña Nieto.
AMLO, por el contrario, se conduce totalmente en solitario, sin personaje en la sombra que lo auxilie, sin un alter ego que le indique el rumbo. Solo, el y su dedito, deciden cosas descabelladas, sin que nadie adentro lo cuestione. Espeluznante paradoja: las tropelías y abusos solo sirven para mantener y hasta aumentar su popularidad.
@DrMarioMelgarA