Dos son los problemas de Estados Unidos, los que marcaran su agenda futura: la economía y la frontera. Ambos repercuten sobre México, en tanto dependemos de su economía ( 80 %) y ellos dependen de nuestra frontera (100%). En la frontera la complicación es múltiple: uno sobresaliente es el tráfico de drogas.
100 mil personas murieron en Estados Unidos por sobredosis de fentanilo en 2023. Los intentos para contrarrestar la epidemia han sido infructuosos. La vía liberal y progresista como despenalizar su uso (Oregon), o el conservador como endurecer las sanciones por su utilización (Texas y Idaho), han sido inoperantes. Trump culpa a los migrantes, Kamala ya fijó su posición: el fentanilo es un azote y que “será la prioridad más alta detener su flujo a Estados Unidos”.
El fenómeno fentanilo es algo inédito: fácil de producir, de transportar, sumamente adictivo, letal, muy barato, atenta contra la salud pública. Como el fentanilo llega a Estados Unidos vía México, el tema afecta la relación México-Estados Unidos.
La nueva droga es cincuenta veces más potente que la heroína; otra variedad como el carfentanil es 100 veces más poderosa que el fentanil y 5 mil veces más poderosa que la heroína. Muy fácil de producir, mientras para la heroína los carteles requieren hectáreas de tierra cultivable, cientos de trabajadores agrícolas para sembrar y cosechar, laboratorios para convertir el opio crudo en heroína, así como sistemas de protección para asegurar el producto antes de traficarlo, el fentanilo requiere unos pequeños laboratorios, sustancias que están en el mercado legal y distribuidores. Es tan fácil su distribución que en Estados Unidos se consigue por correo.
Un reportaje del New York Times señala que para darle a cada usuario (en EU millones) la dosis suficiente para un año se requeriría de un solo tráiler cargado de la droga en estado puro, mientras que para entregar la misma cantidad de heroína se necesitarían seis tráileres completamente llenos.
Culpar a México de la epidemia y de los miles de muertos es la vía fácil para esquivar el problema. Así no se puede resolver el problema. Es bien conocida la respuesta de Díaz Ordaz a Lyndon Johnson cuando le reclamó que México era el trampolín de las drogas. “Si México es trampolín es porque Estados Unidos es una alberca”. Nunca más claro ahora con el fentanilo que se trata de un problema bilateral.
Por eso la vía de solución es doble: México debe dificultar la producción y coordinar con las autoridades estadounidenses las estrategias de colaboración. Se ha descubierto por ejemplo que las “mulas” que transportan fentanilo por la frontera de Tijuana-San Ysidro son jóvenes estadounidenses, en busca de dinero fácil o adictos, cuyos pasaportes estadounidenses facilitan el contrabando.
En las mesas de negociación México debe aclarar a Estados Unidos que antes de acreditar más agentes de la DEA en el país, ellos deben atender el problema de la demanda y no culpar exclusivamente al suministro. Tienen que atender la adicción como un problema sanitario. Maia Szalavitz, experta en adicciones, planteó en el NYT que es urgente distribuir masivamente el naxolone, antídoto de las sobredosis de opioides. Igualmente impulsar la distribución masiva de metadona y buprenorfina que reducen en 50% el riesgo de muerte en usuarios. Atribuye la adicción a la automedicación, a la soledad, a la desconexión social, a los desórdenes psiquiátricos, a traumas y graves problemas económicos. Termina su ensayo al referir que la muerte va “en tándem con un profundo aumento de la inequidad de los ingresos”.
Es tarea de dos, aunque se sientan víctimas a EU les toca enfrentar la parte más difícil.
Profesor de la UNAM