Estados Unidos se debate en una endemoniada encrucijada: ir por la unidad nacional o por la rendición de cuentas (accountability). El dilema podría ser falso. No habrá unidad nacional, entendida como la aceptación generalizada de valores comunes, políticas públicas, ideología, religión, estrategia económica, postura internacional, porque la democracia tiende esencialmente a desunir. Por eso en las contiendas electorales los ganadores gobiernan y los perdedores se vuelven opositores. Los derrotados no tienen vocación para unirse al vencedor, pues su misión es ir por la revancha en la siguiente contienda.
Los Estados Unidos tendrán que aprender a vivir desunidos como vive el mundo que se ha salvado de un régimen autoritario. La unidad es una aspiración romántica imposible de alcanzar en un mundo tan desigual. ¿Cómo unir a los dueños del dinero con los asalariados? ¿Cómo hacerlo con los desempleados y parias? ¿Cómo conciliar las expectativas de los blancos, anglosajones, evangélicos con el crisol en que se encuentran todos los demás: (para evitar las expresiones racistas se podrían clasificarse por colores) negros, amarillos, y cafés? Ya ni siquiera es viable la desunión que preocupaba a Lincoln respecto a la esclavitud.
Antes de la misión imposible de unir lo desunido, Estados Unidos tendrá que ir por la rendición de cuentas, porque así es su naturaleza política. Un país que ha apostado al cumplimiento de la Constitución no puede desatender los delitos cometidos por Trump. Tan acendrado está la supremacía constitucional que lo que más preocupó a la sociedad americana no fueron las ventanas rotas del Capitolio, ni siquiera los cinco muertos en la asonada insurreccional, como el rompimiento del orden constitucional.
Son muchas las páginas oscuras de la historia americana. La lista es amplia: el refrendo constitucional a la esclavitud; la persecución y aniquilación de las culturas indígenas; la injusta guerra con México; la segregación racial; los campos de concentración para ciudadanos americanos de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial; el bloqueo a Cuba. Trump escribió otras que abochornarían a las repúblicas bananeras que tanto desprecian.
También han tenido otras gloriosas: el rescate de la democracia en la Segunda Guerra Mundial; la recuperación consecuente de Europa y Japón; el primer hombre en la luna; derribar el muro de Berlín; descubrir el internet como las autopistas del conocimiento. De llegar el éxito que pretende Biden en el combate a la pandemia —concretamente la vacunación de toda su población en tiempo récord— el logro tiene dimensión histórica. Biden se juega su presidencia al apostar la derrota de la pandemia. En México —es inevitable la referencia— la pandemia ya derrotó a la presidencia.
Trump hizo un daño incalculable al sistema político de Estados Unidos. Es difícil saber cuándo el sistema podrá regresar a la normalidad antes de Trump. Fue un auténtico sátrapa. Ejemplifica como nadie la paradoja de la democracia. Conforme a ésta, de no existir instituciones y límites impuestos por los derechos humanos, por la vía democrática se puede desaparecer el estado democrático.
Por eso la rendición de cuentas es lo que sigue en ese país. A riesgo de comprometer la unidad nacional deberá exigirse la responsabilidad de Trump por sus acciones. La rendición de cuentas es ante todo la defensa moral de una organización política. Rendir cuentas es una actividad orientada a hacer valer la ley. Son tres elementos claves: información, justificación y aplicación coactiva del Derecho. Para prevenir y corregir abusos del poder se requiere la inspección pública, la justificación de los actos sujetos a escrutinio y la aplicación de las sanciones legales. Solo así se salva un sistema político vulnerado como quedó el de Estados Unidos después de Trump.
Profesor de la UNAM