El desencuentro entre alcaldes de la CDMX en la ceremonia de su toma de protesta muestra la polarización del país. Alcaldes de la 4T intentaron unidad en torno a Claudia Sheinbaum, pidieron “una ciudad sin colores” y ante el desaire del bloque opositor mayoritario ahondaron las diferencias. El viejo sueño democrático de ver que la capital del país se puede descentralizar en alcaldías plurales, coordinadas, comprometidas con la ciudadanía, se empieza a convertir en amarga pesadilla, en razón de los afanes sucesorios al 2024.
Según Sergio Aguayo, 40% odia a la 4T, 40% la ama. A mí me parece que este 80% no está dispuesto a cambiar de opinión. El 20% restante estamos a la expectativa, no sin dejar de ser críticos ante tanta tontería, de unos y de otros. En 1847 —referencia obligada— México había intentado dejar atrás el centralismo que impusieron los conservadores. Los liberales expidieron el Acta Constitutiva y de Reformas que no solamente los enfrentó con los centralistas, sino que entre los mismos liberales se contrapusieron los radicales y los moderados. En esta desunión, muy similar a la discordia que vive México 4T, estalló la guerra con Estados Unidos que nos encontró, como ahora, profundamente divididos.
Nadie abona a la reconciliación y a la paz, ni los integrantes de la 4T, ni sus opositores. La celebración oficial de la Independencia que parecía un buen momento como para distender, mas que fiestas patrias y avanzar en diálogos constructivos, resultó una provocación con repercusiones internacionales. Darle al presidente de Cuba —un reputado represor acreditado mundialmente— el lugar de honor en el Palacio Nacional y permitirle presidir el mismo balcón en que el Presidente Cárdenas cuando decretó la expropiación petrolera, resultó un exceso inexplicable. Relegar además al embajador de Estados Unidos recién llegado, por extender la alfombra roja de la república a la cuestionada, inconsistente izquierda latinoamericana, Nicolás Maduro incluido habla de una agenda ideológica irresponsable del gobierno que pone en grave riesgo económico y político la relación más importante del país.
Del lado de la oposición, las cosas no van mejor. Felipe Calderón, al contrario de los otros expresidentes que mantienen la discreción, excepto Vicente Fox que tiene verborrea, se ha convertido en el expresidente incómodo del régimen. ¿Qué tenía que hacer Calderón en España como orador en la convención del Partido Popular? Un acto eminentemente político en el extranjero, así sea en España, tan entrañable para México. Allá a Madrid fue Calderón a elogiar su dudosa gestión presidencial y además hablar muy mal de México.
Hay una crítica válida en contra de las medidas de la 4T en tanto ahuyentan la inversión extranjera, lastiman el turismo, contravienen compromisos internacionales, dañan la imagen nacional. Lo mismo genera Calderón al presentar a México en España, como un campo de guerra en donde ya no existe orden ni ley.
Decía Winston Churchill que nunca dejó de criticar duramente las medidas del gobierno inglés, pero que jamás habló mal de Inglaterra fuera de sus fronteras. El mismo Churchill acuñó una de sus frases emblemáticas, aplicable a los fanáticos de la 4T y a los opositores: “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. A México le urgen un cambio de actitudes y la cancelación de los fanatismos.