Llegar a la cumbre es para los políticos tocar los dinteles de la gloria, como cantaba Cuco Sánchez. Trump pensó que había llegado, hasta que se les apareció un recurrente personaje: El Quitarrisas. Antes de la invasión al Capitolio podía especularse sobre el lugar que le correspondería en la historia de los presidentes estadounidenses. Se llegó a pensar que con casi 75 millones de votos (46.8%) en la elección presidencial, aun siendo perdedor ante Biden, eso no significaría su muerte política.

Antes de la salvajada de sus seguidores, era claro que Trump, al dejar la presidencia, seguiría siendo la cabeza de un movimiento que lo podría llevar en 2024 a sacar al Partido Demócrata de la Casa Blanca y convertirlo nuevamente en presidente. Tendría —se pensaba entonces— además de millones de adeptos, a los tres jueces asociados de la Suprema Corte propuestos por él y designados por el entonces Senado republicano, listos para defender su legado.

La historia, que no perdona, tomará nota de las huestes trumpianas, comportándose como si EU fuera una república bananera (lo que ha horrorizado al establishment americano). No obstante, para quienes piensan que Trump está liquidado, aun muerto seguirá siendo una fuerza política. La encuesta de YouGov muestra datos espeluznantes: 45% de los republicanos aprobó los desmanes en el Capitolio, mientras 43 % los reprobaron. En política algunos muertos militan, entre ellos el Cid y el general Lázaro Cárdenas.

El afán por enjuiciar a Trump lo inhabilitaría para 2024. De no lograr el impeachment, el Departamento de Justicia lo investigará junto con su familia y colaboradores implicados en delitos. No solamente la incitación a la sedición, sino lo acumulado en el cuatrienio: el uso de la diplomacia con fines personales; el fraude fiscal; la presión ilegal a funcionarios electorales estatales; la utilización de oficinas federales para actividades políticas y la violación constitucional que prohíbe al presidente beneficios de gobiernos extranjeros.

Con todo y juicios en su contra, Trump dejará un legado a millones. Si es juzgado y llevado a los tribunales, lo convertirán en mártir con lo que la victimización le caería como anillo al dedo al movimiento que encabeza.

El legado de Trump no será el que imaginó cuando llegó a la Casa Blanca: retirar a EU del Tratado Nuclear con Irán; su estrategia contra China; su oposición al sistema de salud articulado por Obama; la cancelación del programa migratorio para rescatar a quienes llegaron ilegales siendo niños (DACA) y la construcción de un “hermoso” muro para separar a México de Estados Unidos. Su legado será un capítulo más en la historia de un país que más allá de claroscuros que existen es uno de cumbres y abismos.

El legado de Donald es haber institucionalizado la división irreconciliable del país, haber construido una fuerza nacionalista de ultraderecha, fascista, que siempre ha existido pero que estuvo agazapada hasta que el presidente la impulsó a tomar violentamente el Capitolio. La lección que deja a futuros políticos es que la democracia es una fuerza incomparable que garantiza la justicia, la igualdad y la legalidad, siempre en la medida que favorezca sus intereses, si no es el caso entonces al diablo con las reglas y el sistema.

Trump estará muerto políticamente en breve, pero su negro legado subsistirá. Por lo pronto, en un anticipo de lo que vendrá, mostró al país más poderoso de la Tierra como si fuera— lo que tanto despreciaban— una violenta república bananera.


Profesor de la UNAM.

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