Si fuera por las redes sociales, por Massive Caller, o por lo que expresaron 250 personas en un desplegado reciente —algunas muy respetables—, la elección del domingo la ganaría Xóchitl Gálvez; ahora si fuera por lo que dicen las encuestas serias, (EL UNIVERSAL, 28 mayo), y lo que dirán las urnas el domingo la ganará Claudia Sheinbaum. Lo anterior no es nada nuevo, solamente la confirmación de la Realpolitik mexicana.

El punto es lo que sigue para México. Confío que la composición del Poder Legislativo sea competitiva, que impida reformas constitucionales automáticas; confío también que prevalezca el carácter independiente de los juzgadores y la autonomía de los órganos jurisdiccionales, en particular de la Suprema Corte como tribunal constitucional.

Las elecciones no resolverán algo atroz como es la división de la sociedad que trae consigo intolerancia, encono y odio. Solo para ilustrar una muestra personal: Con motivo del último artículo publicado en esta página, en que di razones que me llevarán a emitir mi voto por Sheinbaum, una parienta publicó en Facebook un comentario que muestra el nivel de crispación que existe, al grado de olvidar los afectos y ligas familiares. Publicó algo así: “Increíble. No lo puedo creer. La verdad no va contigo, solo si hay hueso”.

El comentario de mi prima muestra que no sabe de política, menos de respeto a las opiniones diferentes, menos todavía de quien soy. Ella es buena golfista, pero está crispada como un amplio sector que tiembla por algunas patrañas: la conversión de México al comunismo, la expropiación de la propiedad privada, los impuestos confiscatorios, el encarcelamiento de los disidentes y otras tragedias que vendrían de ganar Claudia Sheinbaum.

En un grupo de exalumnos, uno de ellos reaccionó al artículo con un “Ya lo perdimos”. Otro de plano dijo de mí que era comunista de Las Lomas. Ni soy comunista, ni vivo en Las Lomas. Debajo de la superficialidad de las reacciones está un encono que lesiona la convivencia social.

Si en la precepción pública la seguridad es el problema más acucioso del país, hay algo tan preocupante como el encono social. Debe reconocerse que México no ha sido un país que se distinga por la unión o solidaridad ejemplar de sus integrantes. Cuando nos invadió Estados Unidos en la guerra de 1847, algunas jóvenes de la sociedad mexicana organizaban bailes para divertir a los soldados invasores. En los tiempos que corren se escuchó con insistencia por parte de algunos partidarios de Xóchitl: el clamor de que Estados Unidos interviniera para acabar con la 4T.

Salvo episodios efímeros hemos tenido propensión al conflicto y la desunión. Las excepciones históricas: el triunfo de Francisco I. Madero, la respuesta popular a la expropiación petrolera o el ánimo nacional cuando López Portillo asumió la presidencia. En dos siglos de existencia es difícil encontrar numerosos momentos estelares.

El origen de la crispación se atribuye, con cierta razón, al presidente López Obrador por denostar ad nauseam a quienes no piensan como él. A insulto dado, insulto y medio de regreso. López Obrador ganó el título de ser el menos respetado de los presidentes a partir del siglo XX.

Pronto concluirá su administración, es de esperar que con su salida termine también el rencor y falta de respeto generalizado. Si hace falta paz en las calles también hace falta paz en las conciencias. Ahora sí, votos por que inicie Sheinbaum con respeto, decencia y tolerancia.

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