“Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral”. Stefan Zweig, uno de los biógrafos reconocidos de la literatura universal, tiene entre sus más destacadas la dedicada a Fouché. Nadie como Zweig ha descrito de mejor manera el perfil psicológico del gran insidioso de la historia. Si alguien es muestra de lo más tenebroso de la política es precisamente Fouché, el maestro del engaño y la mentira.

(Fouché) “No conoce pasiones recias, avasalladoras: no es arrastrado hacia las mujeres, ni hacia el juego, no bebe vino, no le tienta el despilfarro, no mueve sus músculos…” “Nunca se enfada visiblemente, nunca vibra un nervio de su cara. Sólo para una leve sonrisa, cortés, mordaz, se contraen estos labios afilados, anémicos; nunca se observa bajo esta máscara gris, terrosa, aparentemente desmadejada, una verdadera tensión; nunca delatan los ojos bajo los párpados pesados y orillados su intención, ni revela sus pensamientos con un gesto. Le basta el ademán de la violencia, en vez de la violencia misma”.

“Como buen oportunista sabe la irresistible gravitación de la cobardía; sabe que en todos los momentos políticos de la masa, es la audacia el decisivo denominador de todo cálculo. Tiene razón: los buenos burgueses conservadores se agachan tímidos ante este manifiesto descarado e inesperado; confundidos y perplejos se apresuran a dar su consentimiento para decisiones con las que no están conformes interiormente en lo más mínimo. Ninguno se atreve a contradecirlo”.

“Con una rapidez fantástica adopta este espíritu frío el lenguaje más sangriento de los terroristas. Hace proposiciones contra los emigrados, contra los sacerdotes, azuza, truena se enfurece, degüella con palabras y gestos. Puede cobrar contribuciones, pronunciar sentencias, pedir reclutas, destituir generales; ninguna autoridad puede oponérsele”.

En algún momento se convierte en radical y consecuentemente: “ Truena contra los moderados, inunda al país con un diluvio de manifiestos. Amenaza a los ricos (él se convertiría en un notable acaudalado), a los timoratos, de la manera más cruel; pone en pie regimientos enteros de voluntarios bajo la presión moral o efectiva y los manda contra el enemigo”. Fouché que se volvería Duque de Otranto y que amasaría una enorme fortuna, condenó a los sacerdotes: “ es tiempo de que vuelva esa clase altanera a la pureza del cristianismo primitivo”.

“La revolución —dice Fouché— está hecha para el pueblo; pero no hay que entender por pueblo esa clase privilegiada, por su riqueza, que ha acaparado todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad. El pueblo es únicamente la totalidad de los ciudadanos, sobre todo esa clase infinita de los proletarios que sustentan a la sociedad con su trabajo. La revolución sería un absurdo político y moral si no se ocupara más que del bienestar de unos cuantos cientos de individuos y dejara perdurar la miseria de millones de seres. Si el rico no se muestra propicio al régimen de la Libertad, tiene la República, por su parte, el derecho de apoderarse de su fortuna”.

Hay una instrucción de su autoría: “Todo les está permitido a los que actúan en nombre de la República. Quien se excede en cumplirlas, quien aparentemente pasa del límite, aún puede decirse que no ha llegado a un fin ideal. Mientras quede sobre la tierra un solo desgraciado, debe proseguir el avance de la Libertad”.

Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM

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