Algunas de las fortalezas de los Estados Unidos, independientemente del ahora volátil poderío económico, son la propiedad privada, el estado de derecho y su liderazgo mundial. La sacrosanta propiedad privada está en el corazón del sistema americano, en su cultura y es el núcleo de su democracia. El estado de derecho es la interacción de factores institucionales y culturales, en plena legalidad, tanto de los agentes públicos como de la ciudadanía. El liderazgo mundial está cuestionado, al grado de que la Canciller alemana Angela Merkel declinó la invitación para asistir al G-7 en Washington, y evitar la pretensión de un bloque anti-China. Los tres pilares están comprometidos.
La violencia de las protestas masivas en más de un centenar y medio de ciudades surgieron por el asesinato de George Floyd en Minnesota. Pero ese fue el pretexto, lo que afloró es el hartazgo de los marginados, de las víctimas del racismo y la desigualdad.
La corrección política de la sociedad americana ha instaurado prácticas que sugieren una condena al racismo y la discriminación. Se trata de una hipocresía institucionalizada. Por ejemplo, se considera reprobable referirse a los “negros”, por lo que inventaron el extraño neologismo “afroamericano”. Los avances en derechos civiles a favor de los marginados normas arrancadas al establishment, por su propia supervivencia. En el fondo, el racismo está agazapado.
La hipocresía ha hecho creer que este país vive la igualdad que proclaman sus documentos básicos, cuando en realidad es ciertamente el gran país de las oportunidades y el sueño americano, bajo la indispensable premisa de que seas blanco, anglo, joven y rico.
Un amplio sector de la sociedad blanca presume su supremacía, encabezada por un líder aparentemente invisible e innombrable, pero reconocido por todos. La reacción de Trump ante el desorden social es elocuente: ¡“Acabemos esto ya!” La amenaza a las ciudades y gobiernos estatales vulnera principios del federalismo que instituyeron hace cerca de 250 años. “Si una ciudad o Estado se rehúsa a tomar las medidas necesarias para defender la vida y propiedad de sus residentes, entonces yo desplegaré al ejército de los Estados Unidos y rápidamente les resolveré el problema”. El llamado a las armas empezó a surtir efectos. Ciudadanos blancos de distintas ciudades, Coeur d’Alene en Idaho por mencionar una, salieron a las calles armados como soldados, al amparo de la Segunda Enmienda, para proteger a su ciudad de la violencia y destrucción.
No todos los manifestantes pretenden iniciar una lucha de clases. Empresas como una cadena nacional de farmacias (CVS), otra gran cadena de tiendas departamentales (Target) y hasta la deportiva Adidas, se han expresado solidariamente a favor de los manifestantes, independientemente del daño que han sufrido algunas de sus instalaciones. Andrew Cuomo el gobernador de Nueva York se expresó ya a favor de los manifestantes y pronto más demócratas lo harán para convertir este asunto en uno político electoral.
Ante este clima tan tóxico el presidente López Obrador tendrá su primera prueba diplomática. Habría que ver si Trump le reitera la invitación, a pesar del caos que vive Estados Unidos debido al coronavirus y a las protestas violentas. La cumbre del G-7 (EU, Alemania, Japón, Francia, Gran Bretaña, Canadá e Italia) prevista para la próxima semana fue cancelada. Si se confirma la invitación, AMLO tendrá que decidir si visita a Trump.
De acudir a Washington tendrá que prepararse para enfrentar el riesgo de emular a Peña Nieto cuando el candidato Trump fue recibido en los Pinos. Nadie olvida que a partir de esa efeméride inició su ascenso a la presidencia. ¿Será que ahora AMLO llevará a Trump a su reelección? Cuidado con los demócratas que ya tienen candidato (Biden) y saben tomar nota de quiénes son los verdaderos amigos.
Investigador nacional en el SNI.
@DrMarioMelgarA