Nada peor le puede pasar al gobernante que ser odiado por sus súbditos. Esto que escribió Maquiavelo, me lleva a preguntar si AMLO será odiado o amado. Habría que indagar ¿cómo andan las proporciones? Maquiavelo advirtió que el príncipe: “Tiene que pensar en evitar cualquier cosa que pueda provocar el odio y el desprecio, si lo logra habrá cumplido —sigue el florentino— con su deber”. Muchos quieren a AMLO, muchos lo odian.
El odio afecta al que odia que como al odiado. Sigue Maquiavelo: “los estados bien organizados y los príncipes sabios han procurado por todos los medios no llevar a la desesperación a los grandes y satisfacer y contentar al pueblo, ya que esta es una de las tareas más importantes de un príncipe”.
La confrontación en el país afecta a todos. No habrá recuperación sanitaria, social, ni económica si se mantiene la desconfianza mutua entre gobernantes y gobernados. El presidente es el artífice de la desconfianza general. Él es quien instiga la división y el desencuentro entre quienes deberían unir fuerzas ante las desventuras. La política es el arte de generar confianza, esto es exactamente lo que no hace el presidente.
Antes de la 4T habría que aliviar lo que Carlos Fuentes describió como el Alma Nacional. En un programa televisivo (La hora de opinar) uno de los participantes dijo, sin que nadie cuestionara, que el país va a un precipicio. Es el pavor de no saber qué nueva propuesta presidencial removerá los cimientos institucionales.
La responsabilidad no es única del gobierno. No existe en el horizonte nacional la oposición política, ni las instituciones que deberían ejercer los mecanismos de control. Me refiero al sistema de división de poderes que está dislocado: Poder Legislativo y Poder Judicial están alineados con el Poder Ejecutivo. El federalismo —salvo la sospechosa coalición de gobernadores poco dóciles— existe solamente en la mente de los profesores de derecho constitucional. Las universidades sin poder abrir sus recintos todavía se miran lejos, desarticuladas. La opinión pública extranjera perdió el interés en México, seguramente por tener que revisar asuntos más urgentes y cercanos.
La iglesia católica va sin rumbo, resentida con los desplantes evangélicos del caudillo iluminado. Los dueños de dinero más preocupados por el destino de sus inversiones y la persecución del régimen, sin incentivos para apoyar el empleo y la inversión tan urgentes, particularmente para los más pobres. Queda solamente la prensa estigmatizada (EL UNIVERSAL, Reforma) por el régimen como si fuera opositora real y no la necesaria conciencia crítica de acontecer público. Las ya no tan benditas redes sociales, desgastadas, son tierra fértil de las posverdades, de las mentiras, que enrarecen aun más la atmósfera.
El encargo de la Presidencia le ha dado a AMLO la atención constante y auténtica de todo el público, le ha dado además el poder auténtico, nada menos que la capacidad de decidir el destino de una república. Parecería sencillo con esos atributos convocar a la reconciliación nacional. No obstante, hay algo que se lo impide y prefiere seguir en la confrontación.
El escritor japonés Yasunari Kawabata, premio Nobel, en una de sus novelas (Lo bello y lo triste) cuestiona la relación entre el personaje de una supuesta novela y el verdadero, el personaje real. Algo similar debe pasar con AMLO. Uno es el que plantea transformar al país con propuestas con las que difícilmente se puede estar en desacuerdo como el rescate de los pobres o la extinción de la corrupción. Otro el que para llevar a cabo su plan tiene que incendiar la pradera social.
La desconfianza que genera el presidente es un lastre para México, un corrosivo de la esperanza y la confianza sociales. Ante la adversidad en la que está situado el país la única salida es confiar en nosotros mismos, como sociedad civil y decidir por la vía democrática el futuro del país.
Investigador nacional en el SNI