El odio en la política es la anti-política. México vive años de odio, auspiciado por quien debió haber velado por la paz, la concordia y la reconciliación. Antes de arrasar en las elecciones de 2018, AMLO planteó convocar a los mexicanos a un acuerdo para poner en práctica: “un plan para lograr el renacimiento de nuestro país a partir de la honestidad”. Los acontecimientos lo derrotaron, no hubo pacto, ni honestidad, ni promesas cumplidas, ni la 4T logrará el renacimiento de México. En lugar de la armonía, el Presidente sembró el odio.
La 4T se irá a la basura al haberse sustentado en un populismo ramplón: la engañosa invocación al pueblo; el desprecio a las élites intelectuales, económicas y sociales; la pretensión de ser el único depositario de la verdad; las injurias, las acusaciones de traidores/conservadores a quienes no comparten sus propuestas.
El Diccionario Conceptos Fundamentales de Ciencia Política (Delgado y Molina) define al populismo como: “Movimiento político heterogéneo caracterizado por su aversión a las élites económicas e intelectuales, por la denuncia de la corrupción política que supuestamente afecta al resto de los actores políticos y su constante apelación al pueblo, entendido como un amplio sector interclasista…” Los ejemplos contemporáneos son el movimiento de Trump en Estados Unidos, el de Víctor Orbán, en Hungría y el proyecto de AMLO en México.
Es claro que no se trata de meras ocurrencias mañaneras. Es una estrategia predeterminada, medida, evaluada. El Presidente define quién forma parte del pueblo y excluye a los demás. Con ello ha generado el antagonismo en que sustenta su gobierno. Con ello divide al país entre buenos (nosotros) y malos (ellos).
Utiliza uno de los sentimientos más representativos del alma humana: el odio. El enfrentamiento lo alimenta con el odio que es el mayor incentivo de la violencia. Su discurso parece decir: “Hay que odiar a los que nos robaron, a los que son corruptos, a los que son conservadores, a los que estudiaron, a los que son ricos y fifís”.
Como el odio es recíproco, entre más odia más lo odian y menos se le respeta. Entre más odio se le profesa, más lo aman sus seguidores y más divide a la sociedad.
Con la estrategia del odio ha movilizado a millones, lo que les ha dado una razón de pertenencia: los ha convertido en las huestes activadas políticamente. Más que sustentar su popularidad en las dádivas a sus seguidores con recursos públicos, se sustenta en el sentimiento de odio y revancha social.
Los psiquiatras y psicólogos tendrán oportunidad de analizar las notas del odio sembrado por AMLO. Determinar si es producto de su evidente resentimiento y complejo social o si solamente se utilizó para obtener rédito político. No obstante, más relevante es que el odio no se detiene en la esfera individual, es la antesala de la violencia. Ese es el gran riesgo para México, la incapacidad futura de llegar a un entendimiento social, la violencia generalizada.
Al concluir la gestión presidencial se hará necesario un plan de “desamlonización” que permita ver un futuro promisorio, optimista, en paz. México no debe seguir inseguro, violento, enfrentado, dividido.
El cambio que AMLO prometió no llegó. Al término de su gestión la república estará peor que antes. Las malas cuentas que deberá rendir mostrarán un país fracturado al que urge la reconciliación y la esperanza.