Andrés Manuel López Obrador se ha curtido en la arena política entre la adversidad. Quizá por eso tiene tatuada en su mente la palabra ‘adversario’ y la dispara contra quien sea a la menor provocación. En su ADN está ser reaccionario y terco, como él mismo se autodefine; pero también es disciplinado y, aunque a veces parezca improvisado en sus discursos, los prepara con anticipación antes de la junta de las 6 de la mañana con el gabinete de seguridad, en Palacio Nacional, según una fuente que asiste a esta reunión.
Este domingo, el Presidente dará el discurso más importante de su administración y uno de los más decisivos de su vida política. La crisis de salud y la inminente debacle económica lo tienen contra la pared, como no le gusta estar y como pocas veces ha estado; por eso no sabe cómo reaccionar. A diferencia de cuando era oposición, podía hacer y deshacer en sus mítines, plantones y marchas, porque no tenía la responsabilidad de gobernar para 120 millones de mexicanos, pero ahora se juega su autodenominada Cuarta Transformación de la vida pública del país.
“El Presidente está más irascible que nunca”, dice un integrante del gabinete de seguridad. En estos tiempos de perros (frase del escritor Eduardo Antonio Parra) una ligera provocación lo saca de sus cabales fácilmente. La muestra fue esta semana cuando el jefe del Ejecutivo reclamó al secretario de Hacienda, Arturo Herrera, no haberse anticipado a la compra de respiradores e insumos médicos para tratar la pandemia del Covid-19; y también cargó contra Alfonso Durazo porque aun en momentos de aislamiento social las muertes y la violencia siguen marcando récords históricos.
El Presidente todopoderoso ya no da tregua a nadie. Ni hacia afuera de su gobierno, como lo pidió este semana en su conferencia matutina, ni hacia adentro, en su gabinete. Sabe que su popularidad va en declive y por eso recurre al discurso incendiario, de descalificaciones y enfrentamientos hacia sus villanos favoritos: “los conservadores”, “los medios amarillistas”, “los corruptos”, “los neoliberales”, “los delincuentes de cuello blanco”, a quienes menciona a menudo pero no investiga ni enjuicia. Son piruetas en el aire.
A Andrés Manuel López Obrador, como se dice en el fútbol, se le vino la noche en cuestión de semanas, de días. Si bien ya arrastraba una crisis de confianza por parte de un buen sector la población, que se reflejó en el estancamiento de la economía y el aumento de la inseguridad en 2019, todavía era manejable, incluso para ganar “caminando” las elecciones intermedias de 2021.
Sin embargo, las cosas cambiaron radicalmente y ahora la crisis de salud va a generar una recesión económica que inevitablemente quebrará empresas, dejará a decenas o cientos de miles sin empleo y aumentará la pobreza. Esto lo sabe un buen técnico como Arturo Herrera, pero poco puede hacer para impedirlo o atenuarlo con políticas contracíclicas de fondo. Está atado de manos porque el Presidente lo puso ahí para administrar los recursos, pero no para decidir completamente la política económica del país. Herrera, se especula en el gabinete, va a dejar la Secretaría de Hacienda tan pronto pase la “tormenta”. El Presidente, que no le ha aceptado la renuncia, tiene tres opciones frente a este escenario fatalista: Raquel Buenrostro, Mario Delgado y Rogelio Ramírez de la O, es ese orden.
Le decía en la columna del miércoles que los cambios en el gabinete ahora sí van a hacerse en mayo, según lo que el propio Andrés Manuel López Obrador le ha confiado a sus más cercanos. “Hay algunos que ya pusieron su renuncia sobre la mesa, pero el Presidente les dijo que no es el momento, que no puede mostrar debilidad ante la emergencia sanitaria y económica, que se esperen a mayo”, dijo una fuente cercana al gabinete.
Los cambios que se barajan son el enroque de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero –a quien le han hecho pasar varias vergüenzas públicas– por Marcelo Ebrard, quien ya en las reuniones el Presidente le da trato de jefe de Gabinete. “Si no estoy yo, las decisiones políticas las lleva Ebrard”, suele decir. Sánchez Cordero entraría a Cancillería.
Otros relevos serían el secretario de Agricultura, Víctor Manuel Villalobos; el de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, y el de Salud, Jorge Alcocer, quien finalmente cedería su puesto al subsecretario Hugo López-Gatell. Otro de los más cambios más relevantes, e inminentes, es el de la secretaria de Economía, Graciela Márquez, a quienes los industriales alucinan por su falta de sensibilidad.
El dolor de cabeza de esta dependencia se llama Alfonso Guati Rojo, actual director general de Normas, quien tiene todos los permisos y licencias paradas, además de ser quien, en medio de la crisis, pidió publicar en el Diario Oficial de la Federación la modificación a la Norma Oficial Mexicana NOM-051 que pondrá a las empresas de alimentos y bebidas contra la pared a partir del 1 de octubre próximo que entre en vigor.
La posible salida del gabinete de Herrera y también de Alfonso Romo, quien junto con el consejero Jurídico de la Presidencia, Julio Scherer, han sido casi los únicos contrapesos de los radicales y ‘floreros’, sería vista como una pésima señal para los mercados y para los empresarios mexicanos, cuyos representantes gremiales, por cierto, fueron ayer otra vez a Palacio Nacional a tener un diálogo de sordos, de cara al anuncio del domingo.
Así, el plan que presente Andrés Manuel López Obrador pasado mañana para enfrentar la crisis económica y de salud, que “le cayó como anillo al dedo” –según dijo–, va definir su gobierno y su lugar en la historia. Un plan insuficiente generará crisis de empleo y de seguridad, dos flagelos que sumirían al país en una crisis social.
Este domingo, la 4T se derrumba o resurge. No hay otra oportunidad.
@MarioMal
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