Hugo López-Gatell 

siempre aspiró a ser un político. Hábil con las palabras y camaleónico en los cargos públicos que tuvo previo a integrarse al gabinete de Andrés Manuel López Obrador, el doctor en Epidemiología no se formó entre las camas de hospital y las clínicas de salud. Quizá esto explique la insensibilidad que ha tenido frente a la comunidad médica en momentos críticos, como el fin de semana pasado, cuando en pleno repunte de contagios y hospitalizaciones por el Covid-19 tuvo a bien viajar a las playas de Oaxaca para destensarse, mientras sus ‘compañeros’ daban la lucha en la primera línea de batalla de los hospitales y unidades médicas, algunas de ellas improvisadas.

López-Gatell no sólo no fue empático y tomó un vuelo comercial para viajar al estado donde permanece el semáforo naranja, sino que se dejó ver sin cubrebocas. “Me lo quité un momento en el avión para tomar una llamada, porque no me escuchaban”, justificó a los reporteros quien hace apenas unas semanas ponía en duda el uso de la mascarilla como método de prevención. “Como podría ir a casa de un familiar aquí (en Ciudad de México), fui allá (Oaxaca)”, argumentó el vocero de la pandemia quien, más por obligación moral que por convencimiento, casi todos los días llama a la población a quedarse en casa.

López-Gatell no sólo es escurridizo y evade las responsabilidades que su cargo como subsecretario de salud y vocero frente a la pandemia le confieren, sino que es soberbio, arrogante y… político. Ante los evidentes errores de cálculo y gestión de la crisis sanitaria, el funcionario no sólo no ha tenido autocrítica, sino que ha culpado a agentes externos de sus fallas, invocando fantasmas que quizá únicamente él y el Presidente ven. “Fuerzas políticas quieren crear demonios”, dijo también para excusarse del viaje a Zipolite.

La reacción de López-Gatell no es sorpresiva. Lleva semanas enredándose en sus palabras y criticando a los medios de comunicación, a la oposición política, a los organismos internacionales y a todos aquellos que hayan osado criticar su ‘estrategia’ de combate contra el Covid-19. Una cosa debe quedar clara: López Gatell no sería López-Gatell sin Andrés Manuel López Obrador, quien, se asegura en el propio gabinete, lo protegerá hasta el día en que le deje de servir como pararrayos. Ese día llegará cuando el Presidente tenga que recoger los pedazos de la crisis que ocasionó por su mala gestión.

Mientras tanto, el subsecretario seguirá jugando a la política, terreno en el que, según algunos de sus compañeros de la carrera de Medicina, siempre quiso pertenecer. “Desde la carrera siempre se le vio más interesado por la política que por la medicina, quiso ser consejero universitario en la UNAM por la facultad de Medicina. Hacía campaña en las aulas”, recuerda uno de ellos.

Durante sus años en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán sus compañeros lo recuerdan como alguien al que le gustaba la ‘grilla’. Las posiciones políticas siempre fueron su prioridad. Cuando era director general adjunto de Epidemiología en la Secretaría de Salud, en el sexenio de Felipe Calderón , fue apartado por su mala gestión frente a la crisis de la influenza AH1N1. La animadversión de AMLO con Calderón y su amistad con Jorge Alcocer, actual secretario de Salud, llevaron a López-Gatell a convertirse en el vocero y líder de la estrategia contra el Covid-19.

Finalmente, fue un nombramiento político que, se pensó, podría lanzarlo a alturas insospechadas de la administración pública y, por qué no, a un alto cargo de elección popular.

La suerte de López-Gatell, sin embargo, parece estar echada: pasará a la historia como uno de los peores funcionarios de los últimos tiempos y, si el Presidente quiere rescatarlo terminando su gestión, lo promoverá para convertirse en legislador hacia 2024; si quiere dejarlo a su suerte, simplemente lo hará a un lado, para que el tiempo haga su parte.

@MarioMal
mario.maldonado.padilla@gmail.com

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