Marcelo Ebrard es uno de los funcionarios más cercanos y confiables de Andrés Manuel López Obrador. Es su amigo y por mucho tiempo fue su hombre fuerte. Se ganó su lugar en el gabinete siendo el “apagafuegos” del gobierno. Sin embargo, aunque el Presidente lo ha puesto en la categoría de “hermano”, en realidad no lo considera como tal. A los verdaderos hermanos y hermanas sí les concede audiencia en privado y a solas, pero al canciller nunca lo recibió de esa manera para hablar de la sucesión. Esto detonó el anuncio de hoy: Marcelo Ebrard renunciará a su cargo el próximo 12 de junio para competir con todo por la candidatura de Morena.

Ebrard llevaba varias semanas solicitando una audiencia con el Presidente, simplemente para pedirle “piso parejo” y encuestas reales, imparciales, como aquellas en las que compitieron en el 2011 por la candidatura al gobierno del entonces Distrito Federal. Un sondeo abierto a la ciudadanía y no solo a los militantes es lo que pide el secretario de Relaciones Exteriores para que la clase media y algunos mexicanos que hoy simpatizan con la oposición le muestren a sus oponentes que él es quien puede articular a una mayor parte de la población y darle paso a la “continuidad con cambio” que promueve el propio AMLO.

Pero su “hermano” no le dio audiencia. El “carnal” Marcelo se quedó con las ganas de decirle, frente a frente a su amigo y aliado político, que “cuando no hay reglas, es la ley de la selva”, y que “o hay encuesta o hay favorita”, tal cual lo ha dicho en público. La estrategia presidencial de no recibirlo en privado y a solas para hablar de la sucesión era para evitar –o estirar lo más posible– la renuncia del canciller.

Esa fue la señal con la que Ebrard decidió irse por la libre. El canciller es un animal político y sabía que su renunciar pondría a la dirigencia de Morena con la presión a tope para pedirle a las otras dos “corcholatas”, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, que renuncien a sus cargos para que efectivamente haya un piso parejo.

Una vez que el presidente López Obrador echó a andar el proceso de forma muy anticipada y bautizó a l@s aspirantes como “corcholatas”, la solicitud de Ebrard a Morena y a sus competidores no parece descabellada: que se definan las fechas, que haya debates, que los interesad@s en contender por la candidatura renuncien a sus cargos y que las encuestas sean abiertas al público y no solo a los militantes de Morena, así como que los encargados de llevar el proceso sean independientes y los datos sean escrutables.

Como lo expusimos en un texto anterior, la respuesta a los condicionamientos del canciller tiene dos lecturas: o se hace bien el proceso de elección y se evitan las sospechas de dedazos y mano negra, y se privilegia la vía “democrática”, o Ebrard no solo va a desconocer el resultado, sino que no participará en los sondeos y entonces sí la posibilidad de que lidere una mega alianza ciudadana y se convierta en el líder moral de la oposición, abanderado por Movimiento Ciudadano.

Ebrard entonces se convertiría de facto en el líder moral de la oposición. En Morena y el propio Presidente saben que sería la única manera como se les puede descomponer el proceso electoral del 2024. Ebrard se llevaría a algunos simpatizantes de la 4T, pero aglutinará una gran alianza que sumaría a organizaciones civiles y ciudadanas, a la clase media, los empresarios y al partido fundado por Dante Delgado.

Posdata

Los tres posibles sustitutos de Ebrard son, en ese orden: Juan Ramón de la Fuente, Lázaro Cárdenas Batel y Esteban Moctezuma.

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