El general Salvador Cienfuegos pasó los 34 días más oscuros de su vida en dos prisiones de Estados Unidos, donde, según su propio testimonio, vivió un “infierno” y sufrió malos tratos.

La pesadilla comenzó el jueves 15 de octubre, cuando fue detenido en el aeropuerto de Los Ángeles. La Administración para el Control de Drogas (DEA) de Estados Unidos le atribuía presuntos delitos de narcotráfico y lavado de dinero. De acuerdo con una serie de mensajes de BlackBerry, Cienfuegos, a quien supuestamente apodaban “El Padrino”, tenía contacto directo con capos de la droga en México.

Al momento de su detención en Los Ángeles, al exsecretario de la Defensa Nacional durante el sexenio de Enrique Peña Nieto se le impidió tener contacto con su familia. Fue hasta que, en un ataque de pánico porque no daba crédito a lo que sucedía, amenazó con gritar y forcejeó con las autoridades. Así logró acercarse a su esposa para pedirle que llamara, entre otras personas, a algunos de sus contactos en el Ejército.

La sorpresiva detención cayó como balde de agua fría en la Secretaría de la Defensa Nacional. La noticia puso “muy mal” al general Luis Cresencio Sandoval González , con quien, si bien no tenía una relación de gran amistad, se conocían desde hacía por lo menos una década. Fue el propio Sandoval González quien pidió al presidente Andrés Manuel López Obrador interceder directamente con el gobierno de Estados Unidos para regresar, lo más pronto posible, al general Cienfuegos a tierras mexicanas.

La instrucción fue girada directamente al canciller Marcelo Ebrard, quien se encargó de las diligencias, aunque por lo menos una vez el presidente López Obrador habló con un funcionario de alto nivel del gobierno de Donald Trump para pedir que se retiraran los cargos contra el exsecretario de la Defensa Nacional.

Todo esto sucedía mientras Cienfuegos padecía el Centro de Detención Metropolitano de Los Ángeles, donde durante los 15 días que estuvo preso no tuvo contacto con nadie ni se le permitió salir al patio de la cárcel. Las horas se alargaban recluido en su celda, sin poder ver la luz del día. Tampoco tuvo acceso a enseres de cuidado personal, como un cepillo dental.

Cuando finalmente fue trasladado a Nueva York –donde estaba radicada su acusación en una Corte federal de Brooklyn–, el 1 de noviembre, Cienfuegos sufrió una vejación por parte de uno de los custodios. Al pedir que le aflojaran un poco las esposas (todo el tiempo permaneció esposado de pies y manos) uno de los guardias las abrió ligeramente para instantáneamente volverlas a apretar con más fuerza.

Los 19 días que permaneció en el penal de alta seguridad Metropolitan Detention Center de Brooklyn no fueron mejores, aunque accedió a los productos de cuidado personal y pudo adquirir una chamarra para protegerse del frío.

En México, mientras tanto, Ebrard y el Presidente se ocupaban del caso, considerado de alta prioridad. Andrés Manuel López Obrador se jugaba su buena relación con las fuerzas armadas, a las que ha delegado decenas de proyectos y programas insignia de su administración.

Finalmente, el 17 de noviembre el gobierno de Estados Unidos pidió a la jueza que llevaba el caso retirar las acusaciones contra Cienfuegos. La forma como el general se enteró de que el Departamento de Estado se desistió de los cargos en su contra y que sería enviado de vuelta a México fue a través de una televisión que de vez en cuando alcanzaba a escuchar, probablemente de uno de los custodios de la cárcel de Brooklyn.

El 18 de diciembre la aeronave Gulfstream del gobierno de Estados Unidos aterrizó en el Aeropuerto de Toluca, procedente de Nueva Jersey. Desde el avión, Cienfuegos alcanzó a mirar bajo la gorra militar el rostro de quien lo esperaba y a quien le debía su retorno: el general Luis Cresencio Sandoval, con quien después voló en helicóptero al Campo Militar No. 1 y de ahí se trasladó en una camioneta a su casa.

La pesadilla había terminado.

@MarioMal
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