En medio de los escándalos familiares por la llamada “casa gris”, las irregularidades de más de 63 mil millones de pesos encontradas en su gobierno y la escalada de ataques contra los periodistas, el presidente Andrés Manuel López Obrador buscó refugio en uno de los sectores con los que se había mantenido enfrentado: el sector empresarial.
A través de su exjefe de Oficina, Alfonso Romo , el Presidente convocó ayer a una comida a los principales líderes gremiales del país, con el pretexto de la despedida de Carlos Salazar de la presidencia del Consejo Coordinador Empresarial (CCE). En sus redes sociales, López Obrador presumió una fotografía acompañado de 16 presidentes y directores de las principales cámaras y organismos del sector privado.
En un segundo mensaje agregó que “no todo fue miel sobre hojuelas, pero fueron más las coincidencias y el respeto por el bien del país”. El tono del Presidente, el cual mantuvo durante la comida que se llevó a cabo en Palacio Nacional, fue de conciliación. No hubo reproches, como los que suele disparar en sus conferencias y giras, ni tampoco calificativos como los de “mafia del poder”, “minoría rapaz” o “traficantes de influencias”. Contrario a otras reuniones, el Presidente dejó hablar a todos y pidió a los secretarios que lo acompañaron, el de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O , y el de Gobernación, Adán Augusto López , tomar nota sobre los planteamientos de los representantes del sector privado.
La sensación de algunos de los asistentes a la reunión fue que se encontraron con un Presidente ávido de aliados y amigos, como si reconociera que la crisis que atraviesa a la mitad de su gobierno puede definir el resto de su administración. El Presidente feroz y estridente de las conferencias matutinas y los mítines se movió al otro extremo, o por lo menos eso percibieron algunos de los líderes empresariales.
El presidente saliente del CCE, Carlos Salazar, tuvo una relación de claroscuros con Andrés Manuel López Obrador. Al principio se consideró un aliado de su gobierno y un buen interlocutor con la iniciativa privada, pero poco a poco el Presidente lo fue marginando, en parte por sus incipientes aspiraciones políticas en Nuevo León, y también porque está ligado a un grupo empresarial que alucina: FEMSA, propiedad de la familia Garza Lagüera y presidida por José Antonio Fernández , un empresario al que considera “adversario”.
Paradójicamente, López Obrador empezó a confiar más en Antonio del Valle , presidente del Consejo Mexicano de Negocios, el club de los ultrarricos de México, y en su Consejo Asesor Empresarial, al grado de que la mayoría de las reuniones que anunciaba con empresarios era con alguno de estos dos grupos y no con los representes de las cámaras que aglutinan a las micro, pequeñas y medianas empresas.
La coyuntura adversa que enfrenta el gobierno parece ablandar a un Presidente que lucía inexpugnable. La promesa de crecer 5% este año, si bien no se logrará y acaso se llegará a la mitad, requiere el apoyo de los empresarios. Los frentes abiertos con nuestros dos principales generadores de inversión extranjera (Estados Unidos y España) hacen todavía más importante que los hombres y mujeres de negocios del país redoblen esfuerzos para evitar que la economía se desfonde.
A mediados de su gobierno y en medio de una crisis, es cuando López Obrador comienza a darse cuenta de que no se puede gobernar ni sacar adelante al país sin los empresarios. Justo cuando la sociedad, parte de sus simpatizantes y algunos integrantes de su gabinete y proyecto político se incomodan con los excesos de poder, es que el Presidente “pide esquina” para reencontrarse con ellos.
Posdata
Sobre la renovación en el CCE, el Presidente se limitó a preguntar quiénes son los candidatos para relevar a Carlos Salazar. No se pronunció ni por Francisco Cervantes o Bosco de la Vega , pero ni hizo falta: ya se decantó por el expresidente de Concamin.
mario.maldonado.padilla@gmail.com