Ahora que han terminado las campañas políticas, hemos entrado a una fase de veda electoral, mejor conocida en otros países como periodo de reflexión del voto, antes de la jornada de este domingo 6 de junio, donde igual el electorado tendrá tiempo suficiente para analizar y razonar su decisión por última vez.
Sin embargo, en virtud de la falta de contenido en los mensajes partidistas, que han privilegiado más los ataques que las ideas, los insultos, más que las propuestas, y las descalificaciones, más que los programas y políticas de acción, me temo que la primera cosa a reflexionar será en cómo convencerse a uno mismo para votar por su opción partidista tradicional o bien, cambiar de alternativa, luego de varios meses de tortura mediática, donde buena parte del electorado no está totalmente convencido, especialmente en el segmento de indecisos que —se estima— ronda en 30%.
En tal sentido, valdría la pena hacer un ejercicio, aunque sea teórico y rápido, sobre lo que piensa cada uno de los grupos votantes, tanto de militantes y simpatizantes, como de los indecisos, sector que seguramente decidirá la contienda a nivel nacional, pero también en el ámbito local, en virtud de la dualidad de esta elección. Vayamos por partes.
Desde la oposición, los panistas tendrán muchos dolores de conciencia para explicarse cómo han llegado a esta elección de la mano no sólo de su enemigo histórico, como lo fue el PRI durante la mayor parte del siglo XX, sino también de su enemigo ideológico, como lo fue el PRD, al que ahora buscará salvar del abismo ante la posibilidad de la pérdida de registro y su desaparición.
Seguramente vendrán a la mente de los panistas ortodoxos las figuras de sus principales pensadores que dieron la vida por los colores y principios de la entonces tradicional oposición mexicana que, por razones del destino, alcanzó el poder en el año 2000, gracias a una nueva camada de dirigentes. El pragmatismo de esta dirigencia hizo evidente que el partido había entrado en una nueva etapa de modernización y ejercicio del poder, procesos para los cuales no estaba preparado, por lo que, luego de 12 años, y después de perder la Presidencia, fue abandonado por ese grupo, dejando a la institución a la deriva, donde ha navegado desde entonces a merced de los piratas, que ahora lo han embarcado a una nueva empresa electoral, con una debilitada identidad y, más importante aún, sin una propuesta convincente. Si los propios panistas no están convencidos de su decisión, imagino que sus simpatizantes y, mucho más, los indecisos, tendrán sus reservas para entregarle su voto, por lo menos en la contienda federal, es decir, la de diputados, pero quizá también en la local.
Desde el priismo, me temo que la reflexión se centrará en cómo justificar que siguen defendiendo los colores patrios, a los que han traicionado una y otra vez, sin la mayor muestra de vergüenza, remordimiento y dignidad por todo el daño causado al país, a las instituciones y a la sociedad. Al igual que los panistas, una nueva dinastía los llevó a la cumbre de la tecnocracia y luego al precipicio neoliberal, para perderlo todo en una última partida, donde sólo quedaron unas cuantas fichas tiradas en el piso, las que ahora apuestan junto a sus aliados.
Supongo que para un priista promedio ha de ser difícil escuchar a la desgracia hablar de desgracias y a la tragedia hablar de tragedias. Es como aquel ladrón que grita desaforado “agarren al ratero, agarren al ratero”, señalando a otros, mientras él carga un gran costal con todo lo que ha hurtado. Si para los priistas de a pie será difícil votar por ellos mismos, calcule lo que sentirán los indecisos, particularmente los veteranos, que no olvidan las ofensas del pasado, aunque también los jóvenes, que seguramente identifican al último gobierno tricolor y sus muchos agravios.
Sobre los perredistas, sólo señalaré que su reflexión se enfocará no en cuestiones ideológicas, ni siquiera políticas o electorales, sino en el arrepentimiento claro y sincero por no haberse ido a tiempo a Morena u otras opciones políticas, pues ahora tendrán que aguantar una afrenta más al poner su destino en manos de sus otrora enemigos de clase. Muy triste final.
Ya que hablamos de Morena, me parece que sus militantes y simpatizantes tienen razones para mantener un cierto optimismo, pues es el único partido grande, capaz de ganar por sí solo la elección federal, además de la mayoría de gubernaturas, ahí sí, con la ayuda de sus aliados y con férrea competencia de la oposición. Asimismo, es quizá la única opción política que no tiene problemas de conciencia, además de detentar el poder y, por si fuera poco, contar con el fuerte respaldo de una ciudadanía agradecida y empoderada, a pesar de la pandemia y la crisis económica. En cuanto a los indecisos, creo que buena parte de ellos reflexionará y decidirá por la propuesta que le ofrece algo tangible —no promesas, no venganzas ajenas, no pasados futuros—, por lo que votará por los beneficios sociales de él o ella o de algún familiar.
En todo caso, el desafío de Morena está en el futuro cercano, cuando enfrente a una oposición más uniforme en la Cámara de Diputados —con o sin mayoría calificada—, pero, sobre todo, al juicio ciudadano a la hora de entregar cuentas y buscar nuevamente la Presidencia. Me parece que sin resultados claros y positivos el movimiento no sería opción, especialmente ya sin la presencia de AMLO. La reflexión será entonces cómo trascender institucionalmente ya sin su líder.
Sobre petistas y verdes, aliados de Morena, ciertamente su reflexión tendrá que orientarse en cómo funcionar y crecer sin la ayuda de nadie, pues sus preferencias de un solo dígito no dan para más. Sin embargo, y a pesar de los corajes y las caras de sus detractores, su pensamiento se centrará en que podrían convertirse en el fiel de la balanza en caso de una nueva correlación de fuerzas al interior de la cámara. Como creo que no buscan más, su reflexión será rápida y sin remordimientos por el qué dirán.
Sobre Movimiento Ciudadano, debo confesar que no he podido descifrar su estrategia; si realmente va solo a esta elección para dar la impresión de independencia y mediana fuerza o bien, usa esa lógica para cobrar réditos políticos en 2024. Sea como sea, sus simpatizantes estarán contentos con saber que avanzarán tanto a nivel nacional, como local. Su apuesta la tienen clara: ser la tercera vía.
Sobre los partidos nuevos y sus pocos simpatizantes, todos rezarán para obtener el registro definitivo y mantener los privilegios electorales a los que rápidamente se han acostumbrado.
Al final de este proceso de reflexión, cada partido compartirá —a manera de terapia grupal y agarrados de las manos— el último mensaje a su militancia y, de alguna manera, al electorado, lleno de optimismo, pero también de “aunques” por todos lados, pues en esta elección también estarán a prueba las lealtades:
¡A votar azul, aunque sea cachirul!
¡A votar tricolor, aunque sea malhechor!
¡A votar amarillo, aunque sea con chorrillo!
¡A votar morena, aunque sea mi condena!
¡A votar rojo, aunque sea de reojo!
¡A votar verde, a ver si no muerde!
¡A votar naranja, aunque sea en una zanja!
¡A votar por los demás, si es que no hay más!
¡A votar, mexicanos, aunque sea encabronados!