Sin duda alguna el discurso del presidente de México, el pasado 24 de julio, con motivo de una reunión de cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en la cual también se celebró el 238º Aniversario del Natalicio del Libertador de América, Simón Bolívar, constituye una gran referencia en política exterior de este gobierno, no sólo por el marco y contenido, sino por la coyuntura actual en que se da, el destinatario principal del mismo y, quizá -sin proponérselo-, la posible construcción de una nueva doctrina que proclama una nueva América, una nueva historia.

Y es que tal discurso no tiene desperdicio alguno, pues está lleno de viejos simbolismos y nuevos significados por todos lados, que ya unidos nos llevan a un solo lugar: la necesidad de concluir una añeja y dolorosa historia de nuestro continente, que tendrá que ser remplazada por otra nueva y mejor.

Empecemos por el foro, justamente en el marco de una reunión de cancilleres de CELAC, que pretende reescribir su propia historia sobre América Latina y El Caribe, seguramente sin el liderazgo y/o presencia de EU, como digno desagravio a la historia controlada por la potencia durante más de 200 años, tanto en su ámbito bilateral, como en el escenario regional, a través de la Organización de Estados Americanos (OEA), dominada ideológica, política, financiera y temáticamente también por ese país en sus casi 73 años de vida.

El otro marco del discurso tiene que ver con el espíritu integracionista de Simón Bolívar que, a 238 años de su nacimiento, sigue en busca de liberar de nuevo a América, esta vez de una historia dominada por una visión hegemónica, llena de negros capítulos, invasiones, golpes de estado, bloqueos y otras ataduras al pasado ideológico, que nada tienen que ver con la realidad del siglo XXI. Asimismo, trata de concebir una nueva América, bajo premisas mínimas de respeto y dignidad, donde quepan todos los países sin exclusiones ni excepciones.

Sobre el contenido del discurso, llama la atención la clara ruptura con una regla no escrita de política exterior mexicana, glorificada en todo el siglo XX por los gobiernos priistas y magnificada por los gobiernos neoliberales del siglo XXI, en el sentido de priorizar la relación bilateral con los EU por encima de todo y de todos, inclusive de otros países y otras agendas, especialmente si tienen que ver con la Organización de Estados Americanos (OEA), a la que hemos desdeñado una y otra vez, en aras de no afectar el liderazgo de aquel país en un foro que también lo considera suyo.

En su mensaje, AMLO señaló varios puntos fundamentales que sustentan la mencionada ruptura: uno, el daño causado por la llamada doctrina “Monroe” al proceso de integración bolivariana del siglo XIX y su actual decadencia; dos, la necesidad de poner fin al embargo a Cuba, que durante 62 años ha mostrado con creces su ineficacia, aunque también su horror al limitar beneficios a una población que sufre al doble; tres, la necesidad de una nueva interrelación entre los Estados Unidos y el resto de América, sin predominios ni supremacías; cuatro, la alternativa del dialogo franco con EU para consensuar un nuevo camino con respeto y dignidad; cinco, la posibilidad de reemplazar a la OEA por otra institución regional en la que quepan todos los países y responda ya no al interés de una potencia, sino a la nueva realidad de la región, caracterizada por un pluralismo político y democrático -con algunas excepciones desde luego-, y una apertura económica y financiera nunca antes vista, aunque con los mismos gritos y reclamos sociales que exigen de una vez por todas un desarrollo justo y equitativo.

Y es que, tras el fracaso de las políticas neoliberales en el continente, una nueva ola de gobiernos de corte social está haciendo su aparición en las diferentes latitudes, desde el mismo EU y México, pasando por Centroamérica y hasta las nuevas realidades en Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Perú y un impredecible Brasil, sin olvidar los casos extraordinarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde parece que el tiempo se ha detenido. En cuanto al Caribe anglófono, su desarrollo no puede seguir dependiendo de su aislamiento natural, del calentamiento global que amenaza su existencia cada vez que el mar sube su nivel, de un turismo de crucero cada vez más escaso o bien, de la dependencia política a una monarquía distante y en total decadencia.

Sobre el destinatario de tales mensajes, sin duda alguna EU y su presidente Joe Biden que, sin solicitarlo, podrían convertirse -paradójicamente- en una especie de moderno “liberador de América”, si deciden aceptar los nuevos términos de referencia planteados por sus vecinos del sur -para decirlo en términos más que pragmáticos-, y entablar así una nueva convivencia a sabiendas de que el peso de tal decisión tendría que ser compartido con un congreso dividido y casi paralizado que, de entrada, lo hace muy difícil, aunque no imposible en estos tiempos de transformaciones.

Finalmente, la posibilidad de construir una doctrina sobre la premisa de una nueva América, una nueva historia, va a depender, primero, de que el principal interesado -México- esté realmente dispuesto a encabezar esta cruzada; segundo, de buscar su reconocimiento y materialización entre los estados latinoamericanos y caribeños, los cuales tendrán no sólo que identificarse con la novedosa propuesta, sino proclamarla como suya; tercero, ser aceptada como una nueva realidad por EU, justo en este momento en que ese país es gobernado por otro gobierno de corte social, aunque en plena batalla por un nuevo establishment interno y con un liderazgo mundial puesto en duda y a prueba por sus enemigos y aliados. Cuarto, la continuidad de los esfuerzos de México, más allá de este sexenio, por ver materializada su doctrina, mediante una nueva narrativa, en una renovada interrelación con los EU y, sobre todo, en un nuevo proceso de integración puro, que priorice y potencie las oportunidades de desarrollo de un continente y una región acostumbrada al subdesarrollo en todos sus ámbitos.

La propuesta de una nueva América, una nueva historia, que ha sido elaborada en Palacio Nacional, tendría por fuerza que socializarse con los profesionales de la diplomacia, a fin de expandirla y explicarla en todo el planeta con objeto de hacerla universal -requisito indispensable de una doctrina-, a fin de obtener el consenso y aliados necesarios para lograr este propósito.

Me cuesta trabajo pensar que algunas regiones o países no apoyarían abiertamente una nueva oportunidad para la América Latina y Caribeña, teniendo ahora como motor y espíritu la integración regional que, por primera vez, sería no sólo un objetivo en sí mismo, sino un valioso instrumento de desarrollo. Ahí está precisamente el ejemplo de Europa.

Si fuera el caso, el sueño de Bolívar se convertiría también en una realidad con pies, manos, cuerpo y cabeza. Todo es cuestión de despertar.

Politólogo y ex diplomático. 

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