En un artículo anterior plantee que, a diferencia de las revoluciones anteriores, la del 2018 se había caracterizado por ser un movimiento pacífico, donde en lugar de balas hubo votos que legitimaron al nuevo grupo en el poder. Igualmente mencioné que, después de cada revolución en nuestra historia se creaba un nuevo bloque de poder, con los ganadores de la batalla y nuevos aliados, en este caso, las fuerzas armadas, que oficialmente forman parte del mismo. Finalmente indiqué que dichas transformaciones habían traído consigo una nueva constitución, donde quedaba plasmado el nuevo proyecto, así como la defensa de sus postulados y logros a alcanzar por el nuevo régimen.
Lo que me faltó agregar es ¿qué hacer con los derrotados de esta revolución? -léase, PRIANRD y toda la derechiza que los acompaña-, pues al ser una transformación pacífica no sería coherente su eliminación, destierro o sumisión al nuevo proyecto, como pasó con los españoles durante la guerra de independencia de 1810; el clero en la guerra de reforma de 1857; o los terratenientes, con todo y sus científicos, durante la revolución de 1910. Entonces ¿qué hacer con ellos?
Y creo que parte de la respuesta la dio —sin querer— la marcha del 18 de febrero, pero, sobre todo, su orador principal, Lorenzo el Magnifico, quien en su discurso —cual si estuviera en el reinado de Florencia en la época renacentista de los Médicis— exigió que los nobles de linaje conserven sus privilegios en la nueva República que hoy se consolida. Lo que parece ser el mayor mensaje: “o cabemos todos en la constitución o… cabemos todos en la constitución”, en realidad es una forma disfrazada de reconocer la derrota de su proyecto imperial (neoliberal) ante lo que se ve en el horizonte: una derrota electoral, política, social y moral en 2024 a manos de la nueva República.
En ese sentido, la propuesta de AMLO de reformas a la constitución pareciera ser más un acuerdo de rendición para la derechiza, donde todavía podrían negociar dignamente algunos temas -menos los privilegios de clase-, donde el objetivo sería adecuar la carta magna a los nuevos tiempos y al nuevo proyecto, incluso concediendo algunos puntos para los derrotados a fin de convivir pacíficamente. O negocian ahora una nueva constitución o lo apruebo todo con mi mayoría, pareciera ser el mensaje desde Palacio. Ese podría ser el mejor destino para los derrotados neoliberales: asumir la nueva realidad, defender lo posible e integrarse al nuevo proyecto de nación de la mejor manera. Oponerse sistemáticamente, como lo han hecho hasta ahora, no cambiará esa nueva realidad.
Por ello, creo que la marcha del pasado domingo no fue coherente, al no conectar la buena convocatoria con el propósito, ni con el orador, ni con el mensaje.
Primero, es bueno que la gente se levante en domingo, sea consciente de la necesidad de marchar, se vista de rosa, viaje al punto de encuentro, camine y grite consignas, sin importar el calor o el frio. Sin embargo, yo me preguntaría cual fue la bandera a enarbolar: la defensa de la democracia, el odio de clase hacia AMLO y la 4T o la defensa de los privilegios. Como vivimos en una democracia, imperfecta tal vez, pero democracia al fin, me quedo con los otros motivos, lo cual me lleva a confirmar que la derechiza no ha entendido que su proyecto fracasó, se agotó o no fue viable por muchas razones, pero sobre todo por dejar fuera de él al 70% de la sociedad. Los mismos que ahora apoyan un nuevo proyecto, que sí los incluye, que sí los toma en cuenta y que sí los beneficia.
Se me hace irónico -por no decir hipócrita- que ese 30% pida ahora no ser excluidos y que tomen a la constitución como rehén. Una constitución donde siempre cabremos todos, si aceptamos que lo único que no cabe son dos proyectos de nación. Entonces, negociamos un único proyecto de manera civilizada o seguimos enfrentados 6 años más.
Segundo, tampoco creo que la marcha haya sido un acto de campaña, inter campaña, intra campaña o mega campaña -palabras que ni siquiera mi diccionario reconoce-, según el ineficiente INE, a favor de Xóchitl, pues simple y sencillamente -como dice la canción- “ella no estuvo presente”, que hubiera sido bueno para subir sus números.
Si fuera tiempo aun, pensaría que la manifestación tenía más el propósito de lanzar a Lorenzo a la candidatura presidencial, que luchar por la democracia, quien también podría sustituir -si se pudiera- a la actual candidata, como se ha pensado varias veces en la oposición. En todo caso, como dijo uno de los asistentes: “Lorenzo será el candidato para el 2030”. Si fuera así, su papel de orador se convierte en el primer acto anticipado de campaña.
Tercero, no estoy cierto que todos los asistentes vayan a votar por la candidata de la derecha, pues no siento que sea su líder o modelo por seguir, como si lo fuese, quizá, Lorenzo. Aun votando todos, creo que la diferencia es insalvable. En mi opinión, se me hace más lógico pensar que la derechiza ha dado por perdida la elección presidencial 2024 y se anticipa con mucho a lanzar a su candidato para el 2030.
Cuarto, qué se cree o qué se siente Lorenzo para proclamarse repentinamente en el gran paladín de la democracia. Pues, con esa actitud no sólo pone en entredicho toda su actuación como presidente de INE, donde su corazón y razón latieron siempre por la derecha, sino se descubre al enarbolar privilegios, altos salarios, caras viandas y costosos vinos como banderas, además de sus actitudes discriminatorias a todo aquello que sea diferente a él o su clase.
Habrá que decirle a Lorenzo el Magnífico que el reinado de Florencia se acabó hace 5 siglos; que ahora forma parte de la República, gobernada por un presidente; que la familia de los Médicis agotó su riqueza y ahora vende pizzas en la plaza Duomo. Y, sobre todo, habrá que recordarle que ya no vive en el palacio rosado, ni tiene cortesanos, ni consejeros. Que ahora Maquiavelo, el gran guía, asesora desde el más allá a su mejor discípulo y nuevo inquilino del palacio, no real, sino de palacio nacional.
Es hora de negociar la derrota del proyecto neoliberal, teniendo como base la propuesta de reformas constitucionales de AMLO, donde algo podrán defender -menos privilegios-, a fin de lograr un solo proyecto de nación, donde quepamos todos.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático